El otro día escuché decir a un contertulio en un programa de Televisión Española que el sistema es bueno y las personas son las malas. Esta frase es coherente con la teoría de las manzanas podridas que viene a decir en relación a la corrupción que son algunas personas las corrompidas por lo que la solución estriba en apartar al corrupto. Apartado el corrupto, eliminada la corrupción. El problema en este país es que pocas veces se ha apartado al corrupto sino que las más veces lo que se ha apartado es la vista, como si no pasara nada, y en los casos en los que se le ha apartado ha venido otro que ha hecho lo mismo que el anterior. La inoperancia o la inexistencia de los mecanismos de control han favorecido la génesis de entramados delictivos de carácter criminal que han utilizado las instituciones públicas como campo propicio para el desarrollo de prácticas ilegales.
Al partido del gobierno, implicado en numerosos casos de corrupción, le interesa que la teoría de las manzanas podridas se imponga, que sea Bárcenas, por ejemplo, quien cargue con la responsabilidad de todos. Es un sacrificio necesario para sobrevivir. Los periodistas en nómina se encargarán de intentar convencer a la opinión pública de que solo son un par de sinvergüenzas los que manchan la honestidad probada del Partido Popular, situando a este partido como víctima de sus acciones. Figuras significativas del partido mostrarán su sorpresa e indignación por los hechos, aunque muchos de ellos tengan responsabilidad o participación en los mismos. Son todos actores del mismo teatro de la mentira, el cinismo y la hipocresía. Y, a su vez, pretenden salvar el entramado, el sistema, la cesta que pudre cada una de las manzanas que cae en ella. Claro que es un problema del sistema.
La corrupción ha formado parte de la vida económica y política de este país durante décadas y la sensibilidad ciudadana ha ido aumentando a lo largo de los años hasta el momento actual en el que la indignación y la desconfianza es compartida por una gran parte de la población. Pero no olvidemos que no hace muchos años se consideraba que si no cogías el sobre eras un tonto porque lo hacía todo el mundo. Los corruptos no solo formaban parte de un entramado criminal sino que gozaban de cierta permisibilidad social y hasta de cierta comprensión. ¿Quién no lo haría en su lugar? El contexto y la manipulación de los medios, que condicionaban en la dirección que interesaba a las élites, favorecían que la opinión pública fuera más benevolente hacia el banquero que robaba el dinero de sus clientes que hacia el delincuente de baja estofa que robaba un bolso o se llevaba unos potitos de un supermercado.
Además, la corrupción se valoraba en clave ideológica y se criticaba en función de qué partido o quiénes estaban implicados y sí, la teoría de las manzanas podridas se imponía lo cual provocaba que en ningún momento se aplicaran soluciones eficaces que resolvieran este problema. Esta teoría lo que hizo fue aumentar la sensación de impunidad y la existencia, por tanto, de un mayor número de corruptos hasta el punto de que supuestas organizaciones democráticas se convirtieron en organizaciones criminales con responsabilidad de gobierno. De esta manera, gran parte de las riquezas acumuladas en los últimos años son producto del robo sistemático de los bienes públicos. Hemos vivido la época dorada del gran expolio y las consecuencias de la perversión de un sistema que alimentaba la comisión de comportamientos ilegítimos e ilegales. Así, cada vez que un contertulio o un político defienda la existencia de manzanas podridas como explicación de la corrupción está mintiendo para desviar la responsabilidad de quien o quienes realmente son los responsables. Es la misma estrategia que han utilizado durante años y, como todos podemos comprobar, solo ha generado más y más corrupción.