El bipartidismo protagonizado por el Partido Popular y el PSOE está herido de muerte. Se lo han ganado a pulso, cada uno con su estilo. Y no es que no se viera venir la cosa. El desgaste era evidente y la indignación y el hartazgo de los ciudadanos era generalizado. Pero ambos partidos perdieron la oportunidad, por pequeña que fuera, de revertir la situación lo cual muestra a las claras que están en fuera de juego, sin capacidad de reaccionar más que con los tics habituales. El 15M, ese movimiento que se encargaron de menospreciar, criminalizar y subestimar, reveló lo que todo el mundo sabía pero que la ceguera ideológica ocultaba, la descomposición popular y socialista, e hizo algo mucho más importante aún como es la politización de una gran parte de la sociedad y la creación de una necesidad imperiosa de participación directa en la política. Probablemente el partido que mejor ha sabido leer los nuevos tiempos que generaron esta explosión de participación ciudadana es Podemos.
Podemos no es ya una excentricidad de un tío con coleta sino la representación de un deseo de cambio de una parte importante de la sociedad. Los insultos, las infamias, los desprecios y la condescendencia les han hecho más fuertes porque aquellos que insultan, difaman y desprecian son los mismos que se sitúan en el lado de los que se consideran causantes de la deplorable situación política, económica y social. Cada insulto ha creado miles de simpatizantes dispuestos a dar su voto a esta organización. Cada insulto ejemplifica lo desconcertados y perdidos que se encuentran frente a un movimiento que desborda todas sus expectativas. El insulto y la infamia han sido armas útiles en el pasado. Han servido para desacreditar a sus adversarios – y, sobre todo, para impedir los debates y el diálogo constructivo- pero ahora no les sirve.
Pablo Iglesias y compañía son ya una amenaza oficial para el bipartidismo de los dos grandes partidos. La campaña de descrédito se intensificará a no ser que encuentren otra manera más eficaz de desactivar el fenómeno lo cual, si tenemos en cuenta las habilidades mostradas en estos años, es más que difícil. El Partido Popular, amortizado políticamente, solo puede poner enfrente a políticos que, escarbando superficialmente, están vinculados a tramas corruptas y/o negocios oscuros. Con lo que tienen que ocultar es materialmente imposible la irrupción de un representante popular honesto. Al PSOE solo se le ha ocurrido apostar por la imagen y la apariencia de un nuevo secretario general sin chicha ni limoná, y en cuanto a la dialéctica de batalla apenas se diferencian de sus socios del gobierno.
Todavía queda tiempo para las próximas elecciones y lo que hoy es blanco, mañana puede ser negro pero la falta de cintura y la incapacidad para leer con más precisión el nuevo escenario político y social de los dos grandes partidos invita a pensar que los resultados de las encuestas, que se están conociendo estos días, evolucionarán favorablemente para el partido de Iglesias. Por el momento las estrellas brillan por donde pasan. Sin obviar cómo los editoriales de El País, la presencia en los debates de personajes como Eduardo Inda o cualquier representante del PP y las declaraciones de los dinosaurios de la política española les pone la alfombra roja en dirección al éxito electoral. Mientras tanto la gente, como les llama Podemos, disfruta viendo correr como pollos sin cabeza a los que hasta hace poco eran los reyes de la manipulación mediática y política. Y con mucho éxito, todo hay que decirlo.