Cal viva


García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores en funciones, se refirió a las palabras de Pablo Iglesias sobre el PSOE y su pasado manchado de cal viva como un intento de abrir heridas que estaban tapadas. No pudo elegir mejor verbo: tapar. Las heridas se pueden cubrir con una venda para que sanen pero después de ser curada. La democracia española está llena de cicatrices, de heridas mal curadas y algunas abiertas pero escondidas por el mal olor que desprenden. Son tantas que la democracia de las palabras y de la retórica es mediocracia en la práctica. Mediocracia entendida como el gobierno de los mediocres. La cal viva, los asesinatos y la tortura amparada por el Estado, los fondos reservados que financiaron el GAL, los jueces, políticos y civiles que ampararon, miraron hacia otro lado o, directamente, justificaron los crímenes de estado. Todo esto forma parte de la posdictadura española. En el contexto europeo, la lucha contra bandas terroristas llevó a algunos gobiernos a defender la legalidad desde la ilegalidad. No fue solo el estado español. Hablamos también de lo que hizo Alemania contra las Baader-Meinhof o Italia contra las Brigadas Rojas. Mal de muchos, consuelo de tontos. Esto no justifica sus crímenes sino que pone de relieve que esos países, que se autodenominan democráticos, no dudan en utilizar la ilegalidad en sus acciones, en sus leyes, en lo que llaman la lucha contra el terrorismo, porque la idea de que el terrorismo justifica la excepción es ampliamente compartida. La deriva ética de las sociedades y de los gobiernos que viran en esta dirección no tiene vuelta atrás sin reflexión, reparación y justicia. No podemos borrar nuestro pasado, pero sí elevarnos por encima del mismo desde su conocimiento. 

Parece que no hubo nadie mejor que Felipe González para liderar al partido socialista. Un caballo de troya que desnaturalizó el partido y fue dejando por el camino todo rastro de izquierdas. Fue una época de renuncias del socialismo que décadas después ha permitido que sea más coherente que los hijos de esas renuncias lleguen a acuerdos con partidos de la derecha política y económica, como Ciudadanos, que con aquellos que quieren representar lo que sus referentes dejaron en el camino. Buscar un socialista en el actual PSOE se antoja una tarea infructuosa. Al menos entre sus dirigentes. Felipe González se encargó de destrozar a la izquierda española. Este es su legado. También la aparición de gobernantes que constituyeron el GAL, que asesinó y torturó, y el uso de los fondos reservados para financiarlos. Es fácil culpar a González pero no podemos olvidar que en la sociedad española preocupaba más la corrupción que los crímenes de estado porque, en el fondo, se aceptaba que a un terrorista se le pudiera torturar para evitar que se cometieran otros crímenes y los asesinatos se podían digerir más fácilmente ya que los muertos no dejaban de ser el enemigo. Y la muerte del enemigo no crea problemas de conciencia. Para algunos era más sencillo comprender a un asesino del GAL que a uno de ETA. Esta perversión ética ha atravesado a la sociedad de lado a lado y nos ha convertido en lo que somos. La admiración y la protección de la figura de González es un ejemplo de esta deriva, de esta anomalía que forma parte incuestionable de esa democracia que se defiende desde las instituciones. Las mismas que continuaron la lucha contra el terrorismo retorciendo las leyes y mirando hacia otro lado ante las constantes denuncias de torturas. La cal viva pesa sobre nuestras conciencias y sobre la naturaleza de este regimen. Sin reparación ni justicia, así con estos mimbres, no se construye democracia.

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