Lo que ha sucedido con Jordi Pujol es una metáfora de lo que han significado estos años de supuesta construcción democrática que sucedieron a la muerte del dictador Franco. Lo aparente y la ficción han predominado frente a la verdad y la realidad.
La propaganda y el marketing han servido para ocultar a la sociedad las bambalinas del poder, lo que se urdía tras el telón de la política.
La palabra se ha utilizado para convencer a los oyentes que lo que estaban viviendo era un cambio y que lo que estaban construyendo era la democracia, por la que millones de españoles suspiraron durante la dictadura fascista y que tan desconocida les era.
Se vendió el carisma de algunos políticos como una característica imprescindible de un buen político cuando solo ha servido para sostener una ficción, para el engaño y la sugestión. Unos políticos honorables, responsables y con una unívoca vocación pública que el tiempo ha ido demostrando como simples imposturas.
La responsabilidad de gobernar ha servido para desarrollar estructuras que permitieran el terrorismo de estado, para vender el patrimonio público a intereses privados, para cambiar la constitución en beneficio de los acreedores y en perjuicio de la sociedad.
Y también detrás de la responsabilidad de gobernar se encuentra la construcción de riquezas personales a la sombra de la gestión política, en paralelo a la construcción de un personaje ficticio que trabaja por el bien común.
Las relaciones públicas se establecían entre personajes, con los atributos que se habían creado, al igual que un escritor crea la personalidad y la psicología de un personaje. Entre personajes y no entre personas. Aunque detrás del telón todos conocían la verdadera cara de quién tenían enfrente.
Pujol es un ejemplo del tipo de político que ha sido amamantado por un régimen especial en el que la mayor preocupación fue mantener las cuotas de poder de aquellos que bienvivieron durante la dictadura y que querían seguir bienviviendo durante esa cosa que se llamó democracia.
Son esos políticos que se imbuyeron de autoridad moral para dar clases magistrales a la sociedad sobre la construcción democrática. Esos políticos que desligaron las palabras públicas de los comportamientos privados. Esos políticos que, como no podía ser de otra manera, han dado forma al régimen que estamos sufriendo.
Pujol, González, Aznar y todos los que les acompañaron nos muestran el camino que no hay que seguir en el futuro. Pero sobre todo nos enseña que debemos mantenernos alerta ante las imposturas y los líderes y expertos de la nada. La autoridad moral no se apoya en las palabras sino en los hechos y la persona moralmente íntegra no lo es porque nos lo diga sino porque lo demuestra.
La sociedad se tiene que armar de control y transparencia en la gestión pública. Dos conceptos de los que los viejos políticos y sus discípulos huyen como los vampiros ante un crucifijo.