No es la monarquía o la república lo que está en juego

Foto de @gabalaui


Monarquía o república. Qué poco exigentes seríamos si nos quedáramos en esta disyuntiva. No es la monarquía o la república lo que está en juego sino el paso de una democracia formal y aparente a una práctica de la democracia. 


Si hablamos de la práctica de la democracia, es decir, de la participación directa de las personas en la construcción de la sociedad en la que quieren vivir, basada en principios como la igualdad, el respeto a los derechos humanos y ambientales o la solidaridad, entre otros, si habláramos de esto no cabría hablar de monarquía. 

Quedaría invalidada porque su naturaleza atenta contra principios irrenunciables en cualquier sociedad demócrata como puede ser el principio igualitario. Igualdad ante la ley pero también en las relaciones entre las personas, sin privilegios sociales que permitan a unos pocos situarse en una línea de salida ventajosa en comparación con la mayoría. 

Lo que nos estamos jugando en el momento actual es la posibilidad de la democracia. Lo que tenemos alrededor, lo que se ha construido hasta el momento, no son errores de diseño sino impedimentos y obstáculos creados ex profeso para evitar la participación política y social directa de las personas en la construcción de sociedades demócratas justas e igualitarias. 

La constitución de 1978 es uno de los elementos que impiden el avance hacia una sociedad de esas características. Una constitución que está cerrada a la modificación cuando una parte de la sociedad la demanda pero que una simple carta escrita por el presidente del Banco Central Europeo es suficiente para hacerlo de manera urgente.

Impedir la participación de la sociedad en la elaboración de un nuevo contrato que defina cómo queremos relacionarnos, en un contexto no coactivo y no delegativo como el que se vivió en 1978, es un mensaje diáfano de que la práctica de la democracia está vedada a las personas simples y corrientes. 

Se nos condena a la democracia formal, llena de impedimentos para la inclusión de una mínima modificación, que consiste en el voto en la urna y en la delegación a unas personas que finalmente, toman decisiones en función de intereses partidistas y no en relación a los intereses de las personas a las que dicen representar. 

De esta manera, un partido político con una moral determinada puede arrogarse el derecho a modificar principios morales que afecten a la cotidianidad por el hecho de ser el más votado aunque la mayoría social no esté conforme. La consulta sobre determinados temas está vetada o suficientemente obstaculizada para evitar la expresión de los miembros de la sociedad sobre los mismos. 

Es la maldición de la representatividad, que arroga a los representantes la potestad de cambiar lo que deseen en virtud del voto de la urna. Lo que deseen. 

Pero la constitución, sin ser pequeño, no es el mayor de los problemas que tenemos. La Unión Europea está formada por países republicanos y demócratas pero todos ellos viven una ilusión de democracia. 

La Unión ha servido para aprisionar las soberanías nacionales en espacios no democráticos que reducen de forma imparable los derechos de las personas, del norte al sur, del este al oeste de Europa. 

Ha servido para arrancar a los ciudadanos la posibilidad de influir no ya en las políticas europeas sino en las de su propio país, que son dirigidas y marcadas por instituciones extrañas y no controladas democráticamente. 

Y este proceso ha sido consciente y planificado. No ha existido nunca en esta Europa la voluntad de construir una Europa de los pueblos, donde los ciudadanos de los diferentes países pudiéramos participar activamente, en igualdad de oportunidades, en la construcción de un espacio común. 

Se nos ha inducido la ilusión de democracia y la defensa de los derechos de las personas mientras se reducía la capacidad de maniobra de los parlamentos nacionales y se creaba un parlamento europeo inoperante e incapaz de influir en las decisiones fundamentales que afectan a los diferentes ciudadanos de los países de la Unión. 

La construcción de esta Europa ha obtenido los resultados que todos podemos ver: auge de planteamientos y posicionamientos propios de la extrema derecha, reducción de derechos sociales y de los derechos de los trabajadores, aumento de la pobreza, mayor desigualdad y, sobre todo, menos democracia. 

La práctica de la democracia no existe. Solo jugamos a tenerla, vivimos del voto en la urna. No. No estamos hablando de monarquía y república. Estamos hablando de ausencia de democracia y de práctica democrática. Estamos hablando de que las personas podamos participar activamente, de forma directa, en la construcción de nuestras sociedades. 

¿Para qué queremos una República si seguimos con las manos atadas a la espalda cuando haya que decidir aspectos fundamentales de nuestra vida? Estará un Gallardón republicano o un Rubalcaba republicano negándonos el derecho a ser partícipes en las decisiones que afectan a nuestra vida y nos dirán que no podemos abortar, que no podemos ser educados, que tenemos que trabajar en las condiciones que nos digan. 

Ya tenemos a nuestra actual Merkel republicana recortando derechos no solo a los trabajadores españoles o griegos sino a los propios trabajadores alemanes que viven en una república federal. 

No es solo nuestra constitución. No es solo nuestro país. Es decidir si queremos participar en la práctica democrática o no. Es decidir cómo queremos que sea la sociedad en qué vivimos y los espacios comunes que compartimos.

Y por supuesto, la monarquía ni siquiera forma parte de los elementos a discutir. Es incompatible con la práctica de la democracia.

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