Esos medios que también mienten
Según la RAE, el creyente es aquel que cree, especialmente el que profesa determinada fe religiosa. En ocasiones, su creencia es tan poderosa que nada de lo que pase a su alrededor puede cuestionarla. Pase lo que pase, aunque entre en contradicción. Pero no es solo una cuestión religiosa. La política está llena de creyentes tanto en la derecha como en la izquierda. Son los más contumaces, no se mueven ni un milímetro de sus posiciones y siempre encuentran algo para mantenerse en su opinión, aunque sea hacer el pino puente o el triple salto mortal con tirabuzón mental. En los medios de la derecha podemos encontrar a muchos de ellos. Escucharles te pone nervioso porque son capaces de negar lo que está sucediendo en ese momento delante de sus narices. No hay ningún argumento, por muy bien planteado que esté, que les haga reconocer un error o cambiar una apreciación. A veces parece que vacilan, que se trastabillan un poco, pero rápidamente vuelven a sus posiciones y contraatacan. No son conscientes de que se contradicen, que critican en un lado lo que alaban en otro, y cuando se lo señalas, se revuelven y echan mano de uno de sus argumentos con superpoderes que les vuelve a situar en la posición de salida.
Los creyentes de izquierda son igualmente tercos y rígidos en sus planteamientos. Suelen utilizar el mismo marco interpretativo que aplican a situaciones políticas diversas y complejas. Un marco interpretativo da seguridad y es una ayuda para entender el mundo pero una aplicación rígida y desadaptada de las realidades concretas lo convierte en ineficaz y, en la práctica, pueden generar efectos perniciosos política y socialmente. Por ejemplo, la geopolítica ayuda a entender por qué se producen determinados conflictos, qué variables influyen y las consecuencias que se derivan, pero mal aplicada puede servir para justificar comportamientos sancionables en función de con que parte del conflicto en cuestión te posicionas. Nadie niega la naturaleza imperialista de Estados Unidos pero la militancia antiimperialista puede llevar a apoyar a gobiernos que violan los derechos humanos y civiles de los ciudadanos porque su política exterior, en muchas ocasiones solo en apariencia, es contraria a los intereses estadounidenses (el antiimperialismo trasnochado también es compartido por el fascismo español de AN). El apoyo sirve para un supuesto equilibrio geopolítico entre las partes en conflicto pero también para silenciar y mantener las injusticias. La lógica absurda que hay detrás de esto es que si denuncias un hecho en Irán o en Venezuela, te posicionas a favor de Estados Unidos o Israel. Plantean la disyuntiva en función de los gobiernos de los países y no en función de las personas que viven (o malviven) en ellos. Si dices que en Irán se reprime la libertad de expresión, te contestarán que en Estados Unidos también se atenta contra los derechos humanos, o que te ocupes de los asuntos de tu país, que también está en problemas, o bien que, en un ejercicio más cínico, si hubiera que perseguir a todos los países que violan los derechos humanos, no se salvaría ninguno. Lo que no hacen es preocuparse por la veracidad de la denuncia. Si insistes, te dirán que son mentiras del imperialismo y si sigues insistiendo, que eres un imperialista. Si criticas a Estados Unidos e Israel, gritan en coro las tropelías que estos países cometen continuamente. En estos casos no hay ninguna duda de lo que se denuncia. Unos están condenados de antemano y otros absueltos.
A veces los creyentes de la izquierda exponen con total claridad sus contradicciones pero son ciegos a las mismas, aunque se les señale. Rápidamente acudirán a sus comodines argumentales, se pondrán a la defensiva y acabarás siendo un derechista, fascista, imperialista. Esta ceguera es realmente curiosa. Un tuitero izquierdista, muy reconocido, se sorprendía de que la guardia civil española tirara piedras contra inmigrantes que intentaban saltar la valla de Ceuta, acusándoles de ideología paleolítica, mientras en otros tuits defendía al gobierno venezolano, cuya policía había asesinado días antes a varios manifestantes (y, para más inri, hay imágenes de policías venezolanos tirando piedras a los manifestantes). Otro tuitero, que presume de analista internacional, colgaba una foto de unos policías españoles pegando patadas a un manifestante tirado en el suelo y se preguntaba si era Ucrania o Venezuela para finalizar desvelando que era España. Sobre Venezuela, su apoyo es incondicional y niega la existencia de represión. Un periodista de izquierdas tuiteaba una foto en la que se veía a militares armados y más de una decena de ciudadanos tirados en el suelo. El tuit decía que eran imágenes de represión policial en Venezuela pero…antes de que gobernara Hugo Chávez. Supongo que para este periodista, muy preocupado por la ética periodística, que funcionarios del Sebin venezolano asesinaran a manifestantes en estos días no es represión sino defensa de la revolución (no olvidemos que el mantra para estos hechos es el golpe de estado). Muchos otros tuiteros de izquierdas, muy activos en las críticas de las actuaciones policiales en el estado español, también han mostrado su apoyo al gobierno venezolano durante las protestas de febrero. Sobre los muertos me imagino que pensarán que se lo merecían (por escualidos, fascistas e imperialistas).
También han denunciado, con razón, la manipulación de algunas fotografías que se querían hacer pasar como si fueran de Venezuela, mostrando represión policial en otros países, pero no han dicho nada sobre, por ejemplo, el tuit de TeleSur acusando a la violencia opositora de la muerte de tres personas…a pesar de que la fiscalía venezolana ya había detenido a al menos cinco funcionarios del Sebin por esos asesinatos. Esto también es manipular y desinformar pero seguramente ha pasado desapercibido para la mayoría, sino para todos. Es atención selectiva y ceguera ideológica.
En definitiva, las reacciones de los creyentes dependerá de dónde se produzcan las violaciones de derechos humanos, la represión policial o cualquier otro atentado contra las personas. Si se cometen en territorio amigo se encontrarán justificaciones suficientes para defenderlo, desde comprar acríticamente la explicación que más les conviene hasta apoyar la criminalización de las víctimas, convertidas en cosas que se merecen lo que les ha pasado (son fascistas). Si se cometen en territorio enemigo, la crítica será furibunda y se unirá a la retahíla de acusaciones acumuladas. Se hará hincapié en la maldad intrínseca de los gobiernos de esos países para contrastarla con la bondad de lo que ellos defienden. Su apoyo a la víctima dependerá de si la porra de la policía la levanta un gobierno de izquierdas o uno de derechas, un imperialista o un antiimperialista.
En definitiva, las reacciones de los creyentes dependerá de dónde se produzcan las violaciones de derechos humanos, la represión policial o cualquier otro atentado contra las personas. Si se cometen en territorio amigo se encontrarán justificaciones suficientes para defenderlo, desde comprar acríticamente la explicación que más les conviene hasta apoyar la criminalización de las víctimas, convertidas en cosas que se merecen lo que les ha pasado (son fascistas). Si se cometen en territorio enemigo, la crítica será furibunda y se unirá a la retahíla de acusaciones acumuladas. Se hará hincapié en la maldad intrínseca de los gobiernos de esos países para contrastarla con la bondad de lo que ellos defienden. Su apoyo a la víctima dependerá de si la porra de la policía la levanta un gobierno de izquierdas o uno de derechas, un imperialista o un antiimperialista.
La defensa de los derechos humanos debe estar al mismo nivel o superior que nuestros planteamientos políticos. Estos no pueden condicionar la denuncia de comportamientos contrarios a esos derechos. Pero su defensa nunca debe estar por debajo de las ideologías.