Durante las protestas del Barrio de Gamonal en Burgos, las redes difundían decenas de fotografías sobre la actuación policial, con cargas desmedidas y agresiones a los ciudadanos.
En twitter aparecieron fotos antiguas de actuaciones represivas de la policía, que no retrataban lo que estaba sucediendo. Algunos fuimos avisando porque entendíamos que no aportaban información y se introducía un elemento manipulativo que no ayudaba a la credibilidad de aquellos que denunciaban los excesos policiales en contextos de protestas y manifestaciones.
Algunos de los que colgaban estas fotos pensaban que daba igual que no fueran del Gamonal porque reflejaban, igualmente, la represión policial pero esto choca frontalmente con los principios de verdad y precisión que deben acompañar a las informaciones.
Además, la inclusión de fotografías falsas proporciona argumentos a los que justifican, o consideran proporcional el uso de la fuerza, o niegan la existencia de represión. Gamonal es un ejemplo pero hay otros muchos en el estado español, sin necesidad de traspasar las fronteras, en los que se ha trasladado información falsa de manera irresponsable.
Internet es un espacio en el que lo falso, la mentira, la manipulación o la tergiversación abunda más que lo contrario, por lo que navegar de manera ingénua y crédula puede hacer que des por cierto lo que no es y lo defiendas como si fuera cierto.
El acceso a fuentes alternativas de información es esencial pero no es suficiente. Si no somos capaces de realizar una lectura crítica o comprobar y contrastar la información, no sirve de nada que se lean ciertos medios alternativos. Caeremos en la misma trampa que los que solo leen El País o La Razón.
Después de leer el artículo de Pascual Serrano, titulado Venezuela y Twitter, la orgía desinformativa, te das cuenta de la confusión que existe entre los medios (Twitter, El País, el telediario de TVE1…) y el cómo se utilizan esos medios. Los medios son siempre susceptibles de manipulación, incluidos los más alternativos, por lo que la clave está en su uso. Este uso crítico, basado en la lectura y análisis crítico, se enseña y se aprende.
La catarata de mentiras, a la que se refiere Serrano en su artículo, por ser tan burda y torpe, oculta un hecho que sí ha sucedido: la represión estatal. La exageración de la represión oculta la represión real, ya por si sola brutal, por los muertos que ha provocado. De hecho, se utilizaron fotografías de represión policial sucedida en otros países de forma ridícula porque lo que estaba sucediendo en el país era suficiente como para no engañar.
Es más, gracias a fotografías y vídeos de aficionados se ha podido reconstruir los momentos previos al asesinato de Bassil Dacosta en los que aparecen agentes del Sebin y civiles armados disparando contra los manifestantes. ¿Hay manipulación en estas imágenes? ¿No lo llamaría represión, como mínimo, si sucediera en Madrid? ¿Qué se diría de El País si intentara ocultar la represión del gobierno en base a teorías de la conspiración?
La versión oficialista que vende la idea del golpe de estado y oculta la represión del estado desde el 4 de febrero es comprada por muchos izquierdistas, que se creen informados por leer determinados medios y asumen acríticamente la versión del gobierno. No basta con leer Rebelión u otros medios alternativos si no se hace una lectura y un análisis crítico de lo que se lee.
Los que niegan la represión del estado, niegan una parte de la realidad, verificada, la rechazan por un sesgo ideológico que les convierte en ciegos ante el comportamiento de aquellos que consideran afines ideológicamente. De esta manera, la vara de medir es muy diferente en función de la cercanía ideológica al gobierno en cuestión.
Y esto tiene sus efectos prácticos en aquellos que sufren la represión directamente porque permite al gobierno actuar de manera irresponsable y contraria a los derechos fundamentales de las personas, con el beneplácito de sus simpatizantes en el interior y en el exterior del país, gracias a haber enmarcado los hechos dentro de un golpe de estado y un ataque fascista.
A la hora de entender lo que está pasando en cualquier país, si no tenemos en cuenta el sesgo ideológico corremos el riesgo de comprar la versión que mejor encaje con nuestros propios prejuicios. Y a veces esto puede funcionar y acertar, pero en otras puede validar comportamientos que en todos los casos se considerarían censurables pero que en este caso particular se aceptan porque la mano directora es amiga. El análisis crítico de lo que leemos en internet o en cualquier otro medio debe ir acompañado de la autoconciencia sobre nuestros propios prejuicios.
En el artículo de Serrano se incluyen las fotografías falsas pero no menciona que también se difundieron fotografías reales, que mostraban una realidad poco amable con las decisiones, discursos y actuaciones del gobierno venezolano. ¿Por qué no lo menciona? La respuesta es porque el periodista ya ha comprado la versión oficial por lo que omite cualquier mención a la actuación censurable del gobierno y se centra en los comportamientos censurables de los otros.
Hacer un análisis únicamente de la morralla es parcial y, por tanto, incompleto. Por supuesto que es necesario desvelar la mentira y la manipulación y criticar la difusión de esos engaños, pero incluir, también, lo más revelante informativamente proporciona una visión más justa e equilibrada de lo sucedido.
Y en Venezuela ha habido mucha manipulación pero también información clave que la desmonta. Esta manipulación, además, proviene no solo de la oposición, acostumbrada al juego sucio, sino también de amplios sectores que apoyan al gobierno, así como por el propio gobierno con su presidente a la cabeza. ¿Escribirá Serrano sobre estas otras manipulaciones?
La impresión que tengo es que no lo hará.
Dejando el tema de Venezuela aparte, Twitter no es que se convierta en determinados casos en un estercolero sino que es un estercolero donde hay que escarbar para encontrar los tesoros y, muchas veces, esos tesoros vienen de la mano del periodismo ciudadano, de aquel que se lleva a cabo con respeto a los hechos, sin manipulaciones y sin intereses espurios. En el estado español, por ejemplo, gracias a este tipo de periodismo, mucha más gente desconfía de las versiones que aparecen en los grandes medios sobre las decisiones y medidas del gobierno español o las actuaciones policiales en contextos de manifestación.
El periodismo ciudadano ha sabido estar en aquellos lugares y momentos que el periodismo tradicional ha considerado irrelevantes informativamente, hasta que la trascendencia de la información les ha demostrado lo contrario. Son el periodismo ciudadano y, posteriormente, el de los medios alternativos los que han mostrado a los ciudadanos qué es y qué implica un desahucio, por ejemplo.
No, no es la panacea ni perfecto pero sí ha permitido desatascar a muchos periodistas, oxidados por las prácticas del periodismo tradicional, dormidos o robotizados.
Y las nuevas tecnologías han sido el medio perfecto para transmitir toda esta información. Entre mucho ruido, sí, pero esto no le quita méritos. Estos últimos años no se podrían entender sin la influencia de este nuevo tipo de periodismo o, dicho de otra manera, si nos lo hubieran contado los mismos periodistas que no nos contaban lo que estaba pasando, igual nuestra vida sería más ciega de lo que es en la actualidad.