Y llegó Ucrania. Un ejemplo más de cómo la geopolítica arrasa con los pueblos o lo que queda de ellos. La Unión Europea ha venido a clarificar qué papel juega en todo este tinglado y no es el de conciliador, por supuesto. Ni destaca por sus habilidades de negociación ni es capaz de transmitir esa idea de democracia que dice que practica. En esto se parece a su hermano mayor, Estados Unidos. La Unión Europea es una unión de intereses económicos y financieros en los que la democracia y los derechos humanos sobran y por eso no tiene reparos en participar en un golpe de estado de un país, del que su presidente tiene que huir por patas. Este monstruo europeo lo hemos alimentado todos desde el momento en que hemos mirado hacia otro lado. Sin ir muy lejos, en el Estado Español se votó en positivo el tratado de constitución europea sin habérselo leído ni mostrado un mínimo interés sobre de qué iba la cosa. Nos ha importado bien poco la construcción europea más allá de la desaparición de las fronteras (siempre y cuando no fueras rumano y gitano, claro) y el euro. Mientras mirábamos a otro lado, el fascismo ha ido recuperando poco a poco su sitio. La expansión de la Unión alcanzó a países donde partidos de la extrema derecha ganaban terreno electoral y gobernaban en no pocos gobiernos. Se ha apaleado a gitanos, se han construido muros para separar sus barrios del resto, se han quemado sus casas, se les ha expulsado a pesar de ser ciudadanos de la Unión. Y muy pocos han levantado su voz contra esta barbarie. Las fronteras exteriores se han convertido en líneas de muerte. El mediterráneo ha sido y es la tumba de cientos de muertos, que solo pretendían construirse un futuro mejor que el que tenían. Se les recibe como si fueran criminales. Se les dispara. Se les insulta. Se les encierra en cárceles y se les extirpa del organismo europeo como si fueran un cáncer. Lampedusa y Ceuta, son solo dos de los nombres donde la muerte les espera con sonrisa de democracia.
Y con todo esto, a las puertas de las próximas elecciones europeas, llegó Ucrania. Y con ella los intereses que pasan por encima de las personas. Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia son algunas de las caras de un mismo dado en el que no encuentra cabida el ciudadano. Las críticas legítimas contra Yanukóvich perdieron su legitimidad cuando la vanguardia del euromaidan estaba encabezada por grupos fascistas (¿a dónde estaba mirando la izquierda ucraniana?) y el resto de personas que, supuestamente, no formaban parte de los bárbaros pero participaban en las protestas, se callaban, permitían y validaban con su presencia la acción fascista. Perdieron su legitimidad cuando el presidente del país tuvo que huir del mismo porque su vida corría peligro. Un presidente, que fue elegido en unas elecciones limpias y cuya gestión debería ser cuestionada siguiendo las reglas acordadas: dimisión y elecciones. Y si no que hagan otras, que se organicen y construyan otro modelo más democrático. Aunque, claro, los manifestantes no cuestionaban el modelo actual sino que preferían que hubiera otro en el lugar de Yanukóvich. Siguieron perdiendo su legitimidad cuando del nuevo gobierno de Ucrania forman parte fascistas que hacen el saludo romano sin ningún miramiento. Perdieron su legitimidad cuando John Kerry rindió homenaje a los muertos de la plaza en un ejercicio de hipocresía bastante usual de la potencia que suele autodenominarse la mayor democracia del mundo. Sería fácil decir, a partir de lo que está sucediendo en Ucrania, que el fascismo está a la puerta de la Unión sino fuera porque ya estamos infestados hasta la médula en el interior. Lo realmente preocupante, además de la posibilidad de conflicto armado, es el papel que juega la Unión Europea, contra la democracia y el apoyo que presta a gobiernos ilegítimos de caracter fascista, y la pasividad de sus millones de ciudadanos.
Uno de los principios irrenunciables de una Europa democrática y de los ciudadanos debe ser el antifascismo. Por eso la Unión Europea, que ni es democrática ni es de los ciudadanos, apoya al actual gobierno ucraniano.
Uno de los principios irrenunciables de una Europa democrática y de los ciudadanos debe ser el antifascismo. Por eso la Unión Europea, que ni es democrática ni es de los ciudadanos, apoya al actual gobierno ucraniano.