Francisco Granados es un síntoma más del cuerpo enfermo de corrupción y prácticas delictivas del Partido Popular. No será el último y, como ya sabemos, no es el primero.
Puede existir la tendencia, sobre todo en militantes de este partido y simpatizantes, de recurrir a la tan manida teoría de la manzana podrida, que solo sirve para difuminar la responsabilidad mayor y evitar afrontar los problemas de manera eficaz.
No es una casualidad que sea en el partido del gobierno donde más personas están imputadas y donde más se han utilizado los cargos y responsabilidades públicas para conseguir beneficios económicos y sociales. No es una casualidad.
La atmósfera que se respira en Génova y en otras sedes debe invitar a la comisión de delitos fiscales, al cobro de comisiones irregulares, al crecimiento exponencial de las rentas particulares, a la recepción de sobresueldos opacos y evasivos de las leyes fiscales, entre otros delitos.
Y, además, estas conductas, a todas luces inadecuadas e impropias de cargos públicos que se deberían ajustar a la legalidad vigente, son negadas, por quienes las cometen y por quienes les apoyan y justifican, de manera burda, incoherente, soberbia y con absoluta ausencia de culpa. A pesar de las evidencias, la estrategia siempre es negar, el yo no he sido.
No hay culpa porque para ellos, seguramente, en el fondo, no tienen constancia de que hayan hecho algo equivocado. Esta actitud se entiende en un contexto de impunidad derivada del control del poder y de la inoperancia de los mecanismos de control, que o bien estaban dirigidos por los mismos que se beneficiaban de la impunidad o bien eran inútiles.
Durante muchos años se ha podido hacer y deshacer como unos cuantos han querido. Se han diseñado tramas de apropiación de los bienes y riquezas públicas para la acumulación particular de unos pocos. Mientras los ciudadanos y los grandes medios de comunicación han mirado hacia otro lado. Ha tenido que venir la crisis económica, con su corolario político, para mostrar las vergüenzas de aquellos que dirigían instituciones públicas.
Granados es uno más que ha acumulado gracias a que sus inmediatos superiores se lo han permitido porque ellos, a su vez, también acumulaban por el mismo o por diferentes lados. Esperanza Aguirre podrá pedir las explicaciones que quiera a su antaño número tres pero no puede pretender ser una virtuosa rodeada de mangantes.
No, no hay manzanas podridas sino un entramado planificado basado en la apropiación, la acumulación y la perversión y vampirización del sistema público y de las instituciones del estado. Los responsables van más allá de Granados y compañía y de los actuales dirigentes. Esto viene de lejos.
El hecho es que ahora este Estado está gobernado por un gobierno del Partido Popular. Aquellos que han favorecido, de manera directa o indirecta, y que seguramente se han aprovechado, de este entramado son los que se arrogan la capacidad exclusiva para salir de la crisis, para generar crecimiento, para ser productivos y esa palabrería que suelen decir habitualmente en los medios. ¡Qué desgracia!
La dimisión de Granados no es suficiente. Ni siquiera la del gobierno en pleno sería suficiente. La cuestión está en que el problema no se afronta porque hacerlo implicaría la desaparición del partido de la derecha española y de las carreras políticas de muchos de los que están en política para hacer dinero. Una derecha cuya alternativa actual es votar a…VOX.