Seguimos sin repensarnos: antisemitismo y otros antis

Expulsión de los judios en 1492. Solicitando clemencia a Fernando e Isabel, rey y 
reina de España. Foto de Print Collector / Getty Images



El estado español no es precisamente un ejemplo de respeto a lo diferente. Ni por historia ni por tradición. 


Las motivaciones, basadas en estereotipos y prejuicios y en la configuración del otro como enemigo, que llevaron a tomar decisiones contra los pueblos que se distinguían «de lo normal» por su religión, tradiciones y costumbres, se han ido transmitiendo de generación en generación. 

De tal manera que no es sorprendente que se sigan pensando cosas muy parecidas sobre los gitanos, los judíos o los musulmanes a las que se pensaban hace siglos.

Para algunos, y no pocos, la historia no está para aprender sino que sirve para consolidar ideas preconcebidas sobre aquellos que sufrieron la persecución, el exilio y, en muchos casos, la muerte. 

La noticia de que el Consejo de Ministros español aprueba la reforma del Código Civil que posibilita la doble nacionalidad de millones de sefardíes, a falta de la ratificación por parte del Congreso y del Senado, es una excusa para que aparezca el antisemitismo español, como se puede comprobar en alguno de los comentarios de los lectores.

Lo mismo ocurre con noticias referidas al pueblo gitano o el musulmán. El antisemitismo y el antigitanismo forman parte de la herencia cultural de nuestros antepasados y simples noticias sobre estos pueblos son suficientes para espolear a la ignorancia y a las ideas preconcebidas, mostradas de forma patente o dichas de manera políticamente correcta.

No podemos olvidar que en los más de 500 años desde la expulsión de los moriscos y de los judíos, en el estado español no se ha reparado el daño que sufrieron miles de personas que habitaron la península ibérica y las islas, ni se ha cuestionado la intolerancia de unas épocas ni las ideas que las mantenían. El tema gitano, ni hablemos, ni siquiera aparece en los libros de texto escolares.

La concesión automática de la nacionalidad española es una manera tardía de reparar parte del daño provocado por la intolerancia y el fanatismo religioso, entre otros motivos (entre los cuales también se pueden encontrar motivaciones económicas). Una cuestión práctica positiva para los descendientes de aquellos que fueron expulsados de su tierra aunque no venga acompañada de un necesario e imprescindible cuestionamiento de las ideas que promovieron aquellos hechos.

Las facilidades para acceder a la nacionalidad española por parte de los judíos sefardíes ya existían desde el año 1982. Actualmente, las nacionalizaciones se tramitan por vía de excepcionalidad a través del acuerdo del Consejo de Ministros. Por vía ordinaria, el plazo para adquirir la nacionalidad por los sefardíes en razón de su residencia es de dos años, al igual que para los nacionales de origen de Iberoamérica, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial o Portugal y ocho menos que el resto de los no nacionales. Ahora lo que se pretende es conceder de forma automática la nacionalidad aunque no conocemos todavía los criterios que pedirá el gobierno español para garantizar que la persona receptora es judío sefardí o descendiente.

Algunos de los comentarios de la noticia, que hace referencia a esta posibilidad, son una colección de estereotipos y de ignorancia. Desde los que mezclan sionista con judío, como si todos los judíos fueran sionistas, hasta los que alertan del volumen de inmigración que sufrirá el estado, como si nada más conseguir la nacionalidad se van a venir a vivir aquí. No faltan los que echan mano de uno de los estereotipos más manoseados: usureros. Los que mezclan el tema de Palestina o los que hablan de otras reparaciones (moriscos, saharauis o los asesinados durante la Guerra Civil y el fascismo español), como excusa para criticar la decisión.

Por supuesto que el Estado Español tiene que reparar muchos daños, cerrar muchas heridas y exorcizar sus fantasmas y ciertas ideas poco edificantes. La historia de este estado está llena de agravios y de injusticias y el que no estén resueltos ha marcado el carácter y la personalidad de todos los nacidos en este territorio. Queda mucho por resolver. Los gitanos, los moriscos, los saharauis, los republicanos…todos ellos siguen esperando justicia.

Pero lo que realmente me parece preocupante es cómo perviven pensamientos que deberían ser residuales. Y es que apenas hemos pensado ni pensamos sobre lo que pensamos. No ha existido una crítica y una denuncia de los planteamientos racistas e intolerantes que estaban detrás de las decisiones de monarcas y otros gobernantes, que para más inri, han pasado a la historia idealizados.

El pensamiento español es una mezcla de las ideas clave de los regímenes victoriosos, de aquellos que aplastaron al otro y que impusieron su particular y limitada visión sobre el mundo. Y aún, en pleno siglo 21, seguimos sin repensarnos.


Estos son algunos de los comentarios:
«Ya sabemos cómo son los judíos, todo tiene una contraprestación»
«…y se van a quedar con los puesto de trabajo de dirigentes…»
«…que vengan los buitres ‘pata negra'»
«Si los expulsaron fue por algo»
«No queremos…nada que huela a judío. Ni a musulmanes ni a gitanos»
«Ya tenemos bastantes usureros»

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