Vivimos en un estado en descomposición pero lejos de reflejar una fase terminal es más una característica que describe al propio sistema. Vivir en la putrefacción. Pasear por Madrid y ver el despliegue policial ante la convocatoria de Jaque al Rey de la Coordinadora 25S es uno de los signos. Un despliegue abusivo, desproporcionado y represivo cuyo único objetivo es impedir el ejercicio de un derecho constitucional, lejos de la narrativa policial de proteger el orden público y los derechos ciudadanos. Girar el mundo y ponerlo cabeza abajo.
El gobierno ni siquiera se preocupa en disimular y veta a observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea (OSCE) que querían evaluar el derecho de reunión y manifestación en el estado español asistiendo a la manifestación. Sin nada que envidiar a cualquier país represivo en el mundo que intenta ocultar las evidencias de que no garantiza los derechos de los ciudadanos y atenta contra sus libertades. Sin necesidad de disimular, a pecho descubierto.
Tampoco importa que a los ojos del mundo amparemos y protejamos a criminales al igual que en el franquismo se permitía el asilo de criminales nazis que vivieron plácidamente en las bellas costas españolas. A la Fiscalía no le importa maniobrar para evitar las detenciones de acusados por torturas.
Esta podredumbre moral y política se transfiere a parte de los ciudadanos que adoptan posturas reaccionarias cercanas a ideologías de extrema derecha y nazis o a inconscientes que vitorean a acusados de fraude fiscal, en un remedo vergonzante del apoyo electoral y moral de miles de ciudadanos a políticos mezclados en casos de corrupción.
Por supuesto, y afortunadamente, hay dignidad en todos aquellos que se oponen a la agonía de este estado y a la lógica de este sistema, minoritaria pero esperanzadora. La única esperanza de revertir esta situación.