Por favor, una ayuda. Tengo hambre

No hay nada como salir a dar una vuelta por el centro de Madrid en una mañana soleada de domingo. La luz de esta ciudad podría hacernos pensar que las colas de clientes en las administraciones de lotería, los turistas sentados en las terrazas de los restaurantes, los madrileños paseando pausadamente por las calles alrededor de Sol o consumiendo en las tiendas y grandes comercios de la zona son el signo de que estamos saliendo de la recesión, que lo que nos dice el gobierno de Rajoy es cierto y estamos dejando la crisis atrás. Es tan bonita esa luz que si te dejas atrapar creerás vivir en un sueño. Pero si te fijas, entre los pies de los transeuntes, aparecen cartelitos escritos a mano donde dicen cosas como busco trabajo y una ayuda para pagar el alquiler, una ayuda para mis estudios o por favor, una ayuda, tengo hambre. Y detrás de esos cartelitos existen personas de carne y hueso que ven cómo los demás paseamos y nos sentamos en las terrazas a tomar unas cervezas. Alguna de ellas al lado justo de nuestra silla, sentada en el suelo, con las piernas escondidas entre la ropa y el cuerpo, la cara agachada, mirando hacia al suelo, mientras levanta una mano cada vez que alguien pasa a su lado. O sentada al lado del cajero donde sacamos dinero o a la puerta de un iglesia o de un supermercado o deslizándose entre las sillas de las terrazas, de mesa en mesa, ante el gesto indiferente y en algún caso despectivo de sus ocupantes. Con la luz están las sombras que se extienden cada vez más, atrapando a personas que jamás hubieran pensado encontrarse en situaciones tan dramáticas. Esas sombras son los números de los telediarios y los silencios de los políticos. Son las que puedes ver a través de las piernas de los risueños caminantes.