La entelequia de la mayoría silenciosa

El gobierno escuchará a todos y también a la mayoría silenciosa. Se entiende, por tanto, que esta mayoría es silenciosa pero no muda aunque nadie sepa cómo es su voz. Es mayoría pero nadie la ha visto y aún así parece que tiene un peso especial frente aquellos que sí explican y defienden sus ideas. Aquellos que son conocidos y, sobre todo, visibles. Todos los podemos ver y tocar, si queremos, para comprobar que no son una alucinación visual. Pero la mayoría silenciosa es una cuestión de fe, más espiritual que corpórea, una cosa que tiene que ver más con el deseo, con lo que a uno le gustaría que fueran las cosas. La podemos utilizar para defender cualquier idea minoritaria y, de esta manera, tener la seguridad de un apoyo mayoritario. Podemos defender que la tierra es triangular y acogerme a la mayoría silenciosa cuando me vea acorralado ante las evidencias de que tiene una forma esférica, algo irregular. Porque aunque sea silenciosa y no se sepa realmente qué opina, podemos decidir que opina lo mismo que nosotros. Se aplica el conocido refrán español de quién calla otorga a nuestro favor. Escuchar a la mayoría silenciosa implica escucharnos a nosotros mismos y eso es lo que hará el gobierno popular. Escucharse a sí mismo, extender su opinión a una mayoría que solo se encuentra en sus deseos, en su idea de una España antigua, rancia y fétida. La mayoría silenciosa es la entelequia de los mezquinos, ese recurso dialéctico al que se acogen aquellos que saben que la realidad camina paralela a su podrido anhelo patriótico. 

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