Sabemos que los militantes y votantes del Partido Popular son muy fieles, que se sienten parte de un proyecto político que defiende ¡España! frente a las amenazas de la izquierda y se consideran un referente moral que conserva las buenas costumbres, marcadas por la religión oficial de la derecha. Estos son aspectos heredados del franquismo, al igual que la lucha contra los enemigos de ¡España!, que son todos aquellos que defienden planteamientos diferentes normalmente basados en una concepción de la libertad, la justicia y la democracia rechazados visceralmente por los militantes de la derecha, que a su vez retuercen dichos conceptos para hacerlos coincidir con sus planteamientos políticos y sociales. Muchos de ellos forman parte de familias cuyos miembros son fieles seguidores de estas ideas y sus antepasados han creído y luchado por las mismas. Muchos se sienten orgullosos de un partido que ha sido tan fiel a los valores que les han inculcado, en los que creen y apoyan firmemente. Criticar a este partido, en el que han confiado y defendido durante décadas, es criticarse a sí mismos, es cuestionar su cosmovisión y la de los suyos. Es levantarles los pies del suelo y flirtear con el vacío. La confianza ciega, ahora puesta en evidencia por los hechos, no puede revertirse por lo que supone de cuestionamiento personal. Los hechos no son suficientes para agrietar la fidelidad personal construida fanáticamente durante años. El Partido Popular ha modelado sus pensamientos, sus sentimientos, sus percepciones y pensar que todo ello ha sido una farsa que ha permitido que los dirigentes del partido se lucraran y se corrompieran, a pesar de los supuestos firmes ideales que dicen defender, es un pensamiento intolerable. Tan intolerable que lo rechazan sin contemplaciones, de una manera tan irreflexiva como increíble y extraña para cualquier observador externo. Cualquier justificación les vale, por muy pintoresca que sea, para mantenerse en la defensa numantina no ya de un partido sino de un ideal que representa ese partido. Personas probablemente buenas, normales y corrientes, que se comportan honradamente en sus vidas privadas, defienden a otras cuyos comportamientos se han evidenciado como inadecuados e irregulares. Su identidad política se ve amenazada por estos comportamientos de tal manera que cualquier cuestionamiento de la identidad política del Partido Popular supone un cuestionamiento de la identidad de sus militantes y se defienden. Se defienden de lo que consideran un ataque orquestado. Sin este partido se quedan huérfanos, sin referentes, en el precipicio. Por eso repiten como robots las explicaciones y justificaciones de sus figuras de autoridad, sus referentes políticos y morales. Por eso se sienten tan orgullosos de ser del PP. Está en juego algo más que la corrupción estructural de su partido. Bárcenas e incluso la dimisión de un rancio presidente serían suficientes sacrificios.