La insistencia en canalizar las protestas de los movimientos sociales hacia la política tradicional es un ejemplo de estrategia de domesticación y control de la disidencia. La política organizada actúa como tela de araña que atrae también a muchos de los que han participado en estos movimientos y que han terminado convencidos de que para cambiar las cosas tienen que insertarse en la corriente sistémica que arrastra a los partidos políticos. Creen que desde dentro del sistema pueden cambiarlo, lo que la historia ha venido a demostrar que no es posible. Un cambio real pasa por un cambio de sistema pero el tiempo que se necesita para esto juega siempre en contra de los movimientos sociales que terminan siendo fagocitados por fuerzas sistémicas mucho más poderosas. La máxima de vamos despacio porque vamos lejos ha terminado por hastiar a aquellos que quieren un cambio inmediato o a corto plazo, sin ser conscientes de la fortaleza del enemigo al que nos enfrentamos. La construcción de realidades antisistema dentro del propio sistema no son suficientes ni permiten enganchar a los activistas en esta carrera de fondo. Al final la represión y el agotamiento que muchas personas sufren después de estos años en la calle les lleva al abrazo de los mecanismos de acción marcados o al desencanto. La institucionalización de las propuestas radicales de cambio solo sirve para su moderación de tal forma que no haga daño al sistema o, como mucho, que se cambie algo que permita su permanencia. Es decir, que todo siga igual con otro maquillaje. La opción política es un error y se convertirá en la tumba de los movimientos sociales que se acojan a ella. Se convertirán en lo mismo que critican y sus planteamientos formarán parte del torrente de ideas que mantiene y apuntala el sistema frente a cualquier contestación radical y antisistema. Los poderes mediáticos y económicos, los partidos políticos tradicionales, el gobierno y la intelectualidad sincronizan el canto de sirena que conjure el riesgo de conflicto social y les permita canalizar las protestas hasta convertirlas en algo más inofensivo. No han aplicado nada nuevo que no se conozca sobre la desmovilización. La cuestión está en si morderemos el anzuelo o no.