Si tuviéramos un gobierno que actuara con honestidad, ya habría dimitido pero no es el caso. El número de desempleados sigue creciendo y no hay ningún indicador de que esto vaya a cambiar. Podríamos decir que este gobierno se rinde pero tampoco es el caso. No ha hecho nada por la creación de empleo. Se ha limitado a aplicar las medidas que la troika les ha pedido, aliñadas con un toque popular ibérico. No es que sea incapaz. No es que no sepa cómo solucionarlo. No es que lo haya intentado todo y se haya rendido. No. Ha optado por obedecer. Ha optado por aprovecharse de la crisis para imponer un modelo de sociedad basado en la injusticia social y en la represión. Ha optado por el menoscabo de los derechos básicos de las personas. Ha optado por la precariedad laboral y social de un amplio sector de la población. Ha optado por pagar la deuda ilegal, por salvar a la banca, por favorecer a los poderes económicos europeos y nacionales. Ha optado y sus opciones no han tenido que ver con el crecimiento económico ni con la creación de empleo. Ni siquiera podríamos decir que ha fracasado en estos aspectos porque sus objetivos difieren con los que nos planteamos una gran parte de los ciudadanos. Este gobierno está para pagar la deuda, para satisfacer a los acreedores y sus orejas están apuntando hacia el norte de Europa, atentas a las indicaciones de Ángela Merkel. Es ella la medida de su fracaso y de su éxito. No el pueblo español. Por eso son impermeables a las críticas y a las protestas. Por el momento. Porque esto pasa factura. Cada vez son más transparentes y cada vez hay más gente convencida de las trampas que hay en sus palabras, de la ocultación, del engaño y esto pasa factura. Cada vez hay más gente que no se creen los cantos de sirena que dicen que este año, aquel o aquel otro empezaremos a crecer y se creará empleo, que estamos en el buen camino, mientras continúa aumentando el paro, se precariza al trabajador, se les expulsa de sus casas, se les direcciona a los comedores sociales o se les amedrenta cuando levantan la voz. Los consejos de ministros se han convertido en la gran ignominia semanal que sufrimos los ciudadanos. Son el lugar en el que se genera la necesaria insensibilidad social con la que tienen que afrontar ponerse delante de una cámara, frente a unos periodistas, y seguir engañando. Y a veces ni siquiera tienen el valor suficiente. Son el lugar en el que se convencen mutuamente para decir que están en el buen camino y reducir la disonancia cognitiva que les produce la realidad. Estamos ante un gobierno lleno de irresponsables y espero que algún día se les pueda juzgar por todo lo que están haciendo.