Rouco tiene prisas por que se reforme la ley del aborto y el ministro de justicia, Gallardón, no tarda ni un milisegundo en coger el testigo, como buen mandado. El Partido Popular se pasa por el arco del triunfo la ILP de los colectivos antidesahucios en pleno belicismo contra los movimientos sociales. El Partido Popular se niega a firmar la Convención de la ONU que declara que los crímenes de guerra no prescriben, no vaya a ser que se haga justicia de la buena. María Dolores de Cospedal pidió que se clarifique la limpieza del proceso para saber qué ha sucedido con claridad, en referencia a las elecciones de Venezuela sin importarle la zozobra social en la que puede caer este país por el apoyo a unas acusaciones sin fundamento. Privatizaciones, desempleo, recortes, memorándum, rescate de la banca, suicidios, pobreza, represión, la troika…Y el Partido Popular sigue gobernando. Y si es por ellos, no se bajan del trono ni hartos de vino. Les molestan tanto los escraches porque han dejado de tomar decisiones, sentados en sus butacas, alejados de las calles, sin que nadie les pida cuentas. Les molesta tanto porque sus torres de cristal son ahora visibles y son conscientes de que un simple golpe es capaz de hacerlas añicos. La virulencia de su reacción es directamente proporcional a la percepción de su vulnerabilidad. Se escucha a algunos, como al exministro de educación José María Maravall, decir que el escrache no es propio de una democracia y, claro, uno no puede más que estar de acuerdo. En una democracia se acordarían los mecanismos necesarios para la participación directa del pueblo y no necesitaríamos ir a casa de nadie a decirle no sé qué. Existirían espacios comunes donde poder hacerlo. Pero el problema, señor Maravall, es que actualmente no existen esos mecanismos ni esos espacios ni vivimos en una democracia, en la que el pueblo tenga algo más que decir que votar cada cuatro años. Si el pueblo se moviliza, se le responde con represión y si defiende algo se le dice que acuda a los cauces oficiales, que en la práctica implica la anulación. Algunos que ven lo que está pasando desde sus televisores o desde los cómodos sillones de sus despachos, pueden creer que se exagera pero esto es solo un indicador de cuán lejos están de lo que realmente ocurre en las calles. Vivimos en un sistema agónico en el que el presidente del gobierno rehuye el contacto directo con los ciudadanos, que solo se atreve a hablar delante de sus correligionarios, en frente de una cámara o se tiene que ir al extranjero. Vivimos en un sistema en el que los privilegiados no dudan en mentir, en insultar o en criminalizar con tal de poner en buen recaudo sus privilegios mientras hacen oídos sordos a las reivindicaciones de los de abajo. Por eso, señor Maravall, no se pueden analizar los escraches de manera aséptica, sin contextualizar. Además, el debate de los escraches no puede servir para obviar que tenemos a un gobierno incapaz, que está conduciendo al estado a la deriva, irresponsable y peligroso para la convivencia y un estorbo para la construcción de una democracia. El problema no son los escraches. El problema es la troika, son las políticas neoliberales, es el capitalismo, es la avaricia, es la falta de solidaridad, es la banca irresponsable y todos los gobiernos títeres e instituciones que defienden los intereses de unos pocos.