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La democracia, la igualdad, la fraternidad o la libertad son palabras antónimas a la monarquía. Esta es sinónima de privilegios, de robo, de desprecio al pueblo. La riqueza real está justificada por el latrocinio. No hay ni ha habido ningún rey en la historia que no haya sido un ladrón. Por muy majete que haya sido. En este país muchas personas se han considerado juancarlistas, en especial, muchos políticos y votantes del PSOE que tenían que resolver la contradicción entre la naturaleza y historia republicana del partido y el apoyo a una institución que les ha sostenido en el poder. Rubalcaba puede declararse republicano mientras rechaza que se abra un debate sobre la idoneidad de la Corona. Muchas de estas personas compraron el mito inventado sobre la monarquía española como sostén y protector de la democracia. Han podido meter en el mismo discurso la defensa de la igualdad y la defensa de la monarquía, sin importarles la incoherencia que conlleva. Esta esquizofrenia del PSOE ha sido provocada por la desnaturalización y la transformación de un partido de izquierdas republicano en un partido de derechas, con cierta sensibilidad social. Y en esta transformación Juan Carlos ha tenido mucho que ver. Hizo ver a Felipe González que si el PSOE quería ser un partido de gobierno tenía que apoyar institucionalmente a la monarquía. Establecieron vínculos irrompibles durante la transición que trasladaron a la opinión pública con la frase no somos monárquicos, sino juancarlistas, mientras enumeraban las virtudes inventadas sobre el monarca. Campechano, ¡demócrata!… A lo largo de estas últimas décadas, la monarquía ha podido hacer negocios y seguir enriqueciéndose con la cobertura de los distintos gobiernos del PP y del PSOE pero el proceso de democratización, con todas sus imperfecciones y a pesar del largo camino que queda para ser una democracia, ha permitido ¡décadas después! enjuiciar a uno de los miembros de la casa real. No a Juan Carlos, por supuesto. Es intocable judicialmente. Pero sí a un agregado político como Iñaki Urdangarín que permite situar a la monarquía en frente del juez más peligroso: la opinión pública. Y en estas estamos. El apoyo a la monarquía es el más bajo en décadas y a Juan Carlos ya no le vale ser campechano o pedir perdón ante las cámaras.
Aún así la celebración del aniversario de la 2ª República española no ha sido lo multitudinaria que esperaba. Más gente que el año pasado pero insuficiente si tenemos en cuenta el deterioro actual de la monarquía. Hubiera sido una oportunidad inmejorable de demostrar públicamente el rechazo a los privilegios de una institución más propia de la Edad Media. Creo que el concepto de la República ha sido tan vapuleado en este país, han sido tantos los insultos, los desprecios, la criminalización, que muchas personas pueden ser reacias a participar en manifestaciones donde se conmemora y se proclama la tercera. La propaganda fascista fue muy eficaz, fundamentalmente porque se sostuvo durante 42 años y gran parte de las últimas décadas. Aún hoy pseudohistoriadores y los medios controlados por la derecha y la ultraderecha española siguen defendiendo las justificaciones fascistas de la guerra civil basadas en la manipulación histórica del periodo republicano. Para los que defendemos una sociedad igualitaria y democrática, la república es una opción, aunque no la única. Pero no cualquier república. No una república autoritaria ni una que remede el funcionamiento actual del regimen monárquico. Se debe dar contenido a la república basada en conceptos olvidados como la libertad y la igualdad. Una república de los pueblos en la que las personas tengamos el derecho a decidir y a gobernar, sin representantes impostados y profesionalizados. Es el momento de desmontar los prejuicios desde la pedagogía. La república, si se da, está por construir. A los que nunca aceptaré será a los autoritarios, por mucha bandera republicana ondeando al viento.