La paja en el ojo ajeno


El escándalo de los pápeles de Bárcenas se añade a las decenas de casos de corrupción que se han vivido en el Estado Español, los cuales no han servido para la regeneración e higienización de la política y de la gestión pública sino que, por el contrario, se han mantenido las prácticas irregulares y delictivas en gran parte de los partidos y especialmente en el PP, que se ha caracterizado por la sistematización y la extensión a una gran parte de sus dirigentes, principalmente por sus vinculaciones con grandes empresas y banca especializadas en delitos fiscales y en compra de favores. La corrupción ha ocupado muchas páginas en los periódicos, ha generado mucho debate y mucha indignación en gran parte de la ciudadanía pero nada de esto ha servido para reducirla. Se han vivido situaciones vergonzosas en las que algunos políticos se han mantenido en el poder a pesar de estar envueltos en asuntos delictivos apoyados por los simpatizantes de sus partidos. En muchas ocasiones estas situaciones han derivado en la ausencia de consecuencias en la carrera política de las personas implicadas, fortalecidas por ese apoyo popular. 


La corrupción española es sistémica pero una de las patas que la sostienen tiene que ver con el mal del partidismo, que aqueja a una gran parte de los ciudadanos, y con la precaria conciencia democrática y política de los mismos. No se ve igual si el mismo acto corrupto es cometido por un miembro de tu partido a si lo comete el miembro del partido contrario o de cualquier otro. De hecho, se tiende a justificar y se tolera mejor la corrupción de los nuestros frente a la de los otros, contra los cuales dirigimos todo nuestro desprecio político. Además tenemos más capacidad para recordar los casos de corrupción de los enemigos mientras que olvidamos los de los amigos. El partidismo en los casos de corrupción implica tolerar la mentira, la violación de las leyes, la prevaricación, el soborno, el fraude fiscal, la malversación de bienes públicos y cualquier otro delito siempre y cuando sean cometidos por los miembros de nuestro partido. La preferencia política y los sesgos ideológicos influencian a la hora de percibir y censurar la corrupción. La investigación de Eva Anduiza, Aina Gallego y Jordi Muñoz ofrece evidencia experimental sobre el sesgo partidista en las actitudes hacia la corrupción y señala que aquellos ciudadanos con mayor conciencia y conocimientos políticos están menos sujetos al sesgo partidista. Tambien sostienen que los ciudadanos cercanos al PP son más tolerantes a la corrupción y más propensos a mostrar un sesgo partidista.

Es más fácil acusar a los otros de planificar un ataque, de falsear las acusaciones, de convertir un caso de corrupción, en definitiva, en un vulgar rifirrafe entre partidos que aceptar el comportamiento ilegal de tu propio partido. No es plato de buen gusto darse cuenta de que el partido al que llevas votando 20 años te ha engañado. Colocamos en el ángulo ciego del cerebro todo aquello que nos diga lo que no queremos escuchar. Además las argumentaciones de tu partido son bien aceptadas, aunque se contradigan, y servirán para defenderlo ante cualquiera. Creernos esta ficción nos deja aparentemente en buen lugar pero, sobre todo, permite que nada cambie, que todo siga igual, que los sinvergüenzas y delincuentes sigan campando a sus anchas mientras se tenga la carta en la manga de la manipulación partidista. Miramos la realidad con las gafas de nuestro partido y así las protestas están fomentadas por el partido rival para incendiar las calles o los papeles de Bárcenas se han escrito de una sentada. Y esto no se arregla de la noche a la mañana, no en este contexto de degradación política y social en la que se extreman las posiciones. Nos hace falta mayor conciencia democrática y política.


ACTUALIZACIÓN 13/02/13:

¿Por qué no castigamos la corrupción? por Gonzalo Rivero, Pablo Barberá  y Pablo Fernández-Vázquez.

Rooting Out Corruption or Rooting For Corruption? The Heterogeneous Electoral Consequences of Scandals by Pablo Fernández-Vázquez, Pablo  Barberá and Gonzalo Rivero (New York University).

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