Un presidente sospechoso elude la comparecencia pública y evita afrontar las preguntas de los periodistas sobre las irregularidades aparecidas en los papeles de Bárcenas. Realiza una declaración al abrigo de los suyos que llega a los ciudadanos y a los periodistas a través de un monitor, sin contacto, sin posibilidad de preguntar, sin someterse a la opinión pública. A nadie le puede extrañar esta fórmula porque es el modus operandi habitual del actual presidente del gobierno. Es evidente que la exposición pública no sienta bien a Rajoy aunque la situación lo requiera, como ha venido demostrando a lo largo de esta legislatura. Se siente más cómodo ante un papel escrito y sin que nadie le rebata públicamente lo que diga. Se siente más seguro en un escenario controlado, sin posibilidad de que aparezcan imprevistos que le obliguen a la improvisación, en la que ha dado muestras de gran torpeza. Opta por el control estricto de lo que se dice y de cómo decirlo aunque, en una situación como la actual, sea la mejor manera de confirmar las algo más que sospechas, a tenor de las informaciones que se van conociendo.
Mariano Rajoy es un delincuente
La escenografía del Partido Popular ante las acusaciones de corrupción y financiación ilegal no es nueva. Sigue el guión habitual: negarlo todo, desarrollar una teoría de la conspiración y ahondar en las virtudes y la ética de sus dirigentes. Es su manera de llamar gilipollas a los ciudadanos. La declaración de Rajoy es simple palabrería sino es capaz de enfrentarse a las preguntas y al control de los ciudadanos. No valen nada, son palabras vacías escritas en un papel por sus asesores y expertos en comunicación que no piensan en la verdad sino en salvarle el pellejo. La puesta en escena es la propia del culpable, del que tiene que ocultar, del que miente. Rajoy nos ha mostrado en su comparecencia que es culpable pero que no va a renunciar por mucho que se le presione, que no se va a encoger, que no va a abandonar el poder por el que tanto aguantó y por el que tantas zancadillas le pusieron sus propios compañeros de partido. Pase lo que pase Mariano Rajoy no va a renunciar por sí mismo porque resistir ha sido una estrategia que le ha dado muy buenos réditos en el pasado. Esta es la tragedia. No es solo una cuestión de honradez y de honestidad sino el descaro del delincuente, del que se cree impune, del que se cree por encima del bien y del mal. El hedor a podredumbre es insoportable.
Vídeo de El País: Rajoy niega los pagos y promete enseñar