He tenido una visión y en esa visión ni el Partido Popular ni el Partido Español (ni socialista ni obrero) sacarán a este país de la mediocridad democrática a la que condenó la transición. Juan Carlos, heredero del dictador Franco, se refiere a aquel pactismo sonrojante casi con añoranza y aspira a su reválida con los dos grandes partidos que más han colaborado a que la situación económica y política actual sea la que es. Un desastre. Sobre el discurso del borbón, el periodista Juan Luis Sánchez escribe un análisis muy acertado: Los espejos del rey y la trampa de «la política grande». Poco se puede añadir. Juan Carlos solo va a maniobrar para mantener el status quo con pequeñas variaciones que, fundamentalmente, le permitan consolidar su posición de poder. No va a aportar nada a aquello que ha utilizado para mantener sus privilegios: la democracia. Pero lo que resulta clarificadora es la reacción del PP y del PE (ni S ni O). La misma de siempre, por supuesto, propia de súbditos y lamebotas lo cual nos debería avergonzar por ser dirigentes de estos partidos los que han gobernado el Estado Español en las últimas décadas. La secretaria de Política Social del PE (ni S ni O), Trinidad Jiménez, ha vuelto a demostrar que la izquierda ya hace mucho tiempo cabalga en dirección contraria a la de su partido y, sobre todo, nos vuelve a recordar que, más allá de los gestos de cara a la galería que hacen desde el batacazo de las últimas elecciones generales, son los mismos que alentaron las medidas de Zapatero, como la nefasta modificación constitucional para limitar el déficit impuesta por la Troika. Cualquiera que haya escuchado el discurso de Juan Carlos no habrá podido percibir la cercanía y la sensibilidad a los problemas de la gente ni que su «discurso es muy ajustado a la realidad política, social y económica de nuestro país» ni la proximidad hacia los jóvenes sin empleo pero Jiménez sí. Y es que esa es su función. Darnos una lectura tendenciosa, traducir las palabras vacías de su rey y vestirlas de virtudes inexistentes y todo ello a la mayor gloria de su majestad. Sobran súbditos.