Me resulta inconcebible que haya personas dispuestas a apoyar medidas de gobierno que vayan en contra de los derechos básicos de las personas, que haya personas incapaces de anticipar el recorrido de muchas de estas medidas y cómo en el futuro supondrán una merma de los derechos que nos corresponden por el simple hecho de ser personas. Me resulta inconcebible que haya personas que consideren que algunas merecen más y mejores condiciones que otras. Me resulta inconcebible que se apoyen y se defiendan los «no derechos». No se tiene derecho a la huelga ni a una educación universal, gratuita e igualitaria. No se tiene derecho a decidir la continuidad o no de un embarazo. No se tiene derecho a manifestarse y a reunirse pacíficamente. No se tiene derecho al acceso a la atención sanitaria, en igualdad de condiciones, a personas inmigrantes. No se tiene derecho a una información veraz, libre de la instrumentalización de los poderes. No se tiene derecho a casarse con la persona que uno quiere. No se tiene derecho a la participación activa y directa de la ciudadanía en la política. No se tiene derecho a recibir ayudas públicas en situaciones de necesidad. No se tiene derecho a ser diferente. No se tiene derecho a una vivienda digna. No se tiene derecho a no querer formar parte de una nación. No se tiene derecho a recibir un salario digno por el trabajo que se realiza. Resulta inconcebible que las políticas de un gobierno sean contra los derechos de las personas, que bajo el eufemismo de regular los derechos se encuentre la merma, el desgaste o la desaparición de los mismos. Es inconcebible que personas ajenas a los poderes apoyen políticas que les perjudican. Es un contrasentido, una paradoja autodestructiva.