En un estanco de mi barrio hay un dibujo enmarcado con un hombre fumando un puro en el que está escrita la palabra libertad. Forma parte de esas campañas en las que se utilizan, de manera interesada, conceptos que sirven a los intereses que uno defiende y que a uno le interesa, independientemente de la idoneidad del uso del término. En concreto, la palabra libertad es una de las más manoseadas y tergiversadas de la historia. La derecha, tan alejada de la etimología y tradición de la libertad, tiende a utilizarla para defender supuestos derechos personales, aunque en temas como el tabaco incluso personas de izquierdas se han apuntado al carro de un supuesto ataque a su libertad para fumarse un cigarro donde les diera la gana. Es evidente que no es un problema de libertad sino de salud y la prueba está en que aquellos que deciden libremente fumar pueden hacerlo, pero sin perjudicar la salud de aquellos que han decidido vivir sin tabaco. También en la defensa de la tauromaquia se suele utilizar la palabra libertad. Sus partidarios lo quieren reducir a un tema de elección personal. Si no quieres ir, no vayas. Obviando que lo que ellos defienden es la muerte de un animal al cual se le niega su derecho a seguir viviendo y que no tiene ningún interés en sufrir. Es precisamente su capacidad para sufrir lo que confiere a los toros y a cualquier otro animal, como el ser humano, el derecho a la vida. Frente a la libertad por la que claman los tauricidas y sus defensores, de forma contradictoria transgreden el derecho a la libertad de los animales que matan, el derecho a la vida y también el derecho a no ser torturados. Hablan de libertad (o de tradición o de cualquier otra justificación de sus actos) mientras encomian el acto de utilizar a un ser vivo para su divertimento. Un animal que no quiere estar allí. Un sinsentido.