Foto de @gabalaui
Lhasa es una ciudad china con un barrio tibetano lo cual no seria digno de remarcar sino fuera por que Lhasa es la capital de Tíbet. El barrio tibetano es una zona pequeña dentro de la ciudad, con constante presencia militar, puestos de control en distintos puntos del barrio y patrullas de la policía militar, que hacen sus rondas por las calles del barrio. Viajé hace dos años a Lhasa y lo primero que vi al llegar al barrio fue una columna de al menos 50 militares chinos corriendo marcialmente, puestos de control y, sí, control, vigilancia y alerta. Escribí «aunque sepas que pasa esto, verlo es estremecedor. La sensación es la de un Tíbet ocupado«. A las 10 de la noche, las luces del barrio se apagan y la oscuridad se adueña de sus callejones y recovecos mientras que las farolas del resto de la ciudad siguen encendidas. En China, la presencia de los militares en las ciudades es habitual pero no en la proporción en la que se ve en el barrio tibetano o si comparamos este con el resto de Lhasa. Las impresiones que te deja la ciudad son muy variadas, desde la servidumbre a la religión hasta la represión evidente que ejerce el Ejército y el Gobierno Chino contra la población tibetana. No podemos negar un hecho, la realidad que viven las personas, más allá de las simpatías que se puedan tener o no hacia el Dalai Lama o el Gobierno Chino. Esto es lo último que escribí antes de irme del Tíbet:
«Si China no tuviera una dictadura los límites geográficos de este país serían muy distintos. Las tensiones étnicas son contenidas militarmente por el ejército chino, no solo en el Tíbet sino también en Xinjiang con la etnia musulmana de los uighures…El intento de crear una nación conteniendo las diferencias étnicas y culturales, está condenado al fracaso, tarde o temprano. El derecho de los pueblos a la autodeterminación es irrenunciable. No hay sistema político justo que no respete este derecho. En la medida en que una nación pretende mantener en la misma a pueblos que no quieren pertenecer a ella, alimenta el enfrentamiento, los prejuicios y el resentimiento. Provoca la reivindicación de los rasgos identitarios de forma extrema, enfrentándolos con aquellos que se consideran opuestos y enemigos. Lejos de favorecer el desarrollo natural de los pueblos, los ancla en el pasado porque es su cultura y tradición las que los hace diferentes y les permite la reivindicación de su derecho a decidir su destino. La renuncia a su cultura implicaría la asimilación y posterior desaparición. Creer en la posibilidad de una convivencia desde un punto de partida marcado por la imposición es una posición ingenua. Si se niega el derecho a la autodeterminación no hay convivencia posible, solo tensión latente o conflicto evidente. Por eso un Tíbet independiente, a pesar del Dalai Lama«.
[En relación a anterior entrada «Xinjiang, los uighures, el gobierno chino e Higinio Polo«]