La instrumentalización política que la derecha ha hecho y hace de las víctimas del terrorismo es moralmente intolerable. En las últimas décadas no les ha importado utilizar el nombre de las víctimas para conseguir intereses políticos y atacar a sus adversarios sin ningún pudor. Alguna de las organizaciones de víctimas del terrorismo se han convertido en brazo armado y en grupos de presión para mantener, con total desprecio de los derechos fundamentales de las personas, políticas de fuerza que permitieran enquistar el conflicto en Euskal Herria así como radicalizar, aún más, a sectores de la población, alguno de ellos con un adn ya muy reaccionario. Organizaciones como la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) han sido lideradas por personas de naturaleza extremista, como Francisco José Alcaraz, o de inequívoca e indisimulada adscripción política como su actual presidenta Ángeles Pedraza. Ambas son marionetas manejadas por la derecha política, simples voceros de los sectores extremistas o de los mensajes de partido. No es de extrañar la coincidencia en el discurso de Ignacio González, Ana Botella, Gallardón y Esperanza Aguirre con la de la presidenta de la AVT con respecto a la polémica construida intencionadamente del 11 de Marzo ni tampoco la coincidencia con medios de comunicación de la extrema derecha como Intereconomía y La Gaceta. Desgraciadamente esta impostura, dirigida a seguir menoscabando el sindicalismo, cala en mucha gente y más en una ciudad como Madrid con una bolsa de votantes muy conservadora y, por tanto, fácilmente permeable a los mensajes extremistas. La hipocresía de los dirigentes de la AVT, organización en la que no dudo que haya personas honestas, es tan hiriente que son capaces de celebrar la entrega del premio «Verdad, memoria, dignidad y justicia» a la Policía Nacional y la Guardia Civil en un escenario por el cual pasaron miles de víctimas, muchas de ellas torturadas y asesinadas, sin haber mencionado, no en esta ocasión, sino nunca a estas víctimas. Una organización que habla de cómo brillaba la sede de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, antiguo campo de acción de los torturadores que pertenecían a la Dirección General de Seguridad del Estado (DGSE) en la dictadura fascista española, cuando nunca ha sido capaz de realizar un acto de reconocimiento y de homenaje a estas víctimas ni ha presionado para la colocación de una placa en recuerdo de las mismas. Seguramente porque las víctimas del régimen franquista son menos víctimas que las personas asesinadas por ETA, esa banda independentista que rompe España. Aunque si no tienen respeto de sus propias víctimas, ¿por qué habría de exigirles que lo tengan por víctimas que se sitúan en el otro extremo de sus afinidades políticas? Una presidenta de la AVT, con una hija muerta en los atentados del 11M, que es capaz de utilizar la fecha del aniversario para lanzar diatribas contra los sindicatos o el gobierno del PSOE, siguiendo las instrucciones de un partido político. ¿Es esta su manera de homenajearle? Siempre tendré respeto por el dolor de los familiares de las víctimas, siempre, pero no tengo ningún respeto por aquellas personas que permiten que sus muertos sean instrumentalizados por intereses políticos, de manera consciente e inmoral, utilizando el dolor y el sufrimiento de las familias, ni por aquellos políticos que se rasgan las vestiduras clamando al cielo por la justicia y la dignidad de las víctimas cuando se las trae al pairo y les importa menos que un comino, solo lo suficiente para conseguir sus miserables objetivos políticos. No todo puede valer en política. No creo que este país, donde miles de muertos yacen enterrados en las cunetas de sus carreteras, se merezca estos políticos ni estas organizaciones. No se merece a aquellos que degradan las palabras justicia, dignidad y verdad. Por mucho que las repitan no dejarán de ser unos farsantes.