La nueva constitución húngara, aprobada por el partido gobernante Fidesz con la fuerza bruta que proporciona la mayoría absoluta, reconoce las raíces cristianas plantadas por su santo patrón, San Esteban, defiende el matrimonio…heterosexual, como dios manda, defiende la vida, es decir, el embrión es un ser humano desde el inicio del embarazo, y se declara una nación cristiana. Según El País, sus detractores la critican porque restringe la jurisdicción del Tribunal Constitucional en cuestiones esenciales como los presupuestos, reorganiza el sistema electoral para que favorezca al Fidesz, podría reducir la independencia del Banco Central o permitirá a miembros del Fidesz controlar importantes instituciones públicas mucho tiempo después de que haya finalizado el mandato del Gobierno. Además intenta demonizar al partido socialista como heredero del régimen comunista, convirtiéndoles en responsables retroactivamente por los crímenes cometidos hasta 1989, y atenta contra la libertad religiosa. El gobierno húngaro ya apostó hace un año por limitar la libertad de expresión y de opinión con la ley de medios de comunicación, más conocida como ley mordaza. Aún así los medios califican al Fidesz como partido de centro derecha cuando en realidad pertenece ideológicamente a la derecha más rancia, con preocupante deriva hacia la derecha más extrema. Todo esto ocurre en un país en el que partidos fascistas como Jobbik, de ideario racista y antigitano que gobierna en varias localidades y con representación parlamentaria, acosa y agrede a ciudadanos gitanos. Viktor Orban, primer ministro, permite la actividad fascista contra los gitanos mientras se ocupa de recortar los derechos fundamentales del resto de ciudadanos húngaros. Pero a pesar de todo esto, lo que más critica la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI es que en esta constitución se incluya la posibilidad de limitar la independencia del Banco Central húngaro. ¡Qué crimen!
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