Catalunya se va o se la echa. La capacidad de seducción del Estado Español es muy deficiente. A esto se une el efecto centrífugo que ejercen los gobiernos de la derecha nacionalista española, no solo en los territorios nacionales como Euskal Herria o Catalunya, donde la independencia es un objetivo de una parte de la población, sino también para muchos españoles que no se ven representados por un gobierno que atenta contra sus derechos fundamentales. La formación de independentistas por parte del recalcitrante nacionalismo español no es solo una figura retórica sino una realidad. Las declaraciones de los nacionalistas han sido tan despectivas e irrespetuosas que la independencia se convierte en una posibilidad más que atractiva, antes de compartir nacionalidad con ciertos borregos. Es más, el adoctrinamiento anticatalán ha formado parte de la formación transversal que hemos recibido a través de los medios de comunicación, intelectuales y políticos. Los prejuicios han ido pasando de boca en boca y muy pocos españoles pueden contar que no han escuchado o participado en discusiones y debates en los que se falta el respeto a los catalanes, desde el socorrido putos catalanes o puta Cataluña que se escucha en los eventos deportivos o hasta las alusiones a su supuesta tacañería.
Durante años, los que hemos sido más conscientes, nos hemos tenido que ir liberando de la carga prejuiciosa que iba calando casi sin darnos cuenta. Hemos convivido con la criminalización de los nacionalismos, que llaman periféricos, frente a la ocultación consciente del nacionalismo español que impregna la visión del país de numerosos españoles y de los dos grandes partidos políticos que se han repartido el poder en las últimas décadas, lo cual no es incoherente con la mayor autonomía que estas naciones han tenido en este periodo de tiempo. El nacionalismo español se esconde detrás de la negativa a legitimar y legalizar el derecho a la autodeterminación. Se esconde detrás de la negación a que las personas decidan en que estructura de estado o en que estado o nación quieren vivir. La relación con Catalunya o Euskal Herria, por ser estas las dos naciones en las que mayor número de personas independentistas existen, ha estado condicionada por la negativa al ejercicio libre de decidir cuál es el tipo de relación que quieren tener con el Estado Español. Y detrás de esta negativa está la visión de este Estado como una estructura indivisible por condiciones históricas y cuasidivinas. Está de más decir de dónde proviene esta visión que coarta las libertades y los derechos de los pueblos.
Vivimos un periodo en el que los nacionalistas españoles niegan, en su mayoría, la existencia del nacionalismo español, con fecha de defunción durante la transición y la creación del estado autonómico. El nacionalismo español es, a priori, igual de legítimo que el catalán, el vasco o el gallego pero su historia es con diferencia las más cruenta, violenta y totalitaria, lo cual explica la ocultación de su existencia, que difícilmente puede convivir en una democracia plena dentro de un contexto plurinacional que se base en el reconocimiento, la relación igualitaria y el respeto entre las diferentes nacionalidades. Su existencia subterránea ha impregnado las relaciones del Estado Español con el gobierno de la Generalitat y, por su rigidez y miopía, ha impedido que los catalanes puedan decidir sobre estas relaciones. Se intenta hurtar este derecho a los catalanes aludiendo a la participación de todos los españoles en esta decisión. Por supuesto que los españoles pueden tomar sus propias decisiones sobre cómo quieren que sean las relaciones con Catalunya pero no al revés. Esta decisión compete exclusivamente al pueblo catalán y a nadie más. Un manchego o un extremeño no tienen capacidad de decisión sobre la independencia de un territorio en el cual no viven. Tendrán su opinión pero nada más. Esto va más allá de los deseos que se puedan tener sobre la permanencia de este territorio, desde el reconocimiento como nación, junto con el resto de territorios que conforman el Estado Español. Ahora, la obligatoriedad de la permanencia ni para el pueblo catalán, castellano, andaluz ni cualquier otro. Las relaciones entre naciones deben estar sujetas a la voluntariedad y el reconocimiento.
Esto de crear nuevos estados es más de lo mismo pero el derecho a hacerlo es irrenunciable. Es más liberador aglutinar alrededor de la lucha contra el sistema capitalista que alrededor de la idea de nación. En este sentido no hay diferencia entre un catalán y un gallego o un murciano. Los nuevos estados implantarán las medidas conocidas para someter a los nuevos súbditos, que envueltos en banderas diferentes seguirán aplastados por las mismas botas. Aún así vivir al lado de políticos como los expresidentes españoles y toda la caterva de seguidores de medio pelo que les han rodeado y formado parte de sus equipos, o al lado de los que alimentan los serviles medios de comunicación que aturden a sus seguidores, o al lado de los que vociferan contra los que se sienten diferentes, o al lado de los que tocan las teclas con las que ponen en funcionamiento el mecanismo que da vida a todos los anteriores, digo que vivir al lado de estos solo puede derivar en el deseo de independencia, en la necesidad de respirar aire limpio. Al menos la aspiración de no formar parte de este tinglado. La ficción la provoca crear otro estado que mimetice al estado del que se escapa. Solo cuando nos liberemos de las categorías que nos separan y entendamos que el único camino es el que recorramos juntos para enfrentar lo común que nos oprime, solo de esta manera, creeremos, de verdad, que se puede construir algo diferente a esto que nos toca vivir.
Durante años, los que hemos sido más conscientes, nos hemos tenido que ir liberando de la carga prejuiciosa que iba calando casi sin darnos cuenta. Hemos convivido con la criminalización de los nacionalismos, que llaman periféricos, frente a la ocultación consciente del nacionalismo español que impregna la visión del país de numerosos españoles y de los dos grandes partidos políticos que se han repartido el poder en las últimas décadas, lo cual no es incoherente con la mayor autonomía que estas naciones han tenido en este periodo de tiempo. El nacionalismo español se esconde detrás de la negativa a legitimar y legalizar el derecho a la autodeterminación. Se esconde detrás de la negación a que las personas decidan en que estructura de estado o en que estado o nación quieren vivir. La relación con Catalunya o Euskal Herria, por ser estas las dos naciones en las que mayor número de personas independentistas existen, ha estado condicionada por la negativa al ejercicio libre de decidir cuál es el tipo de relación que quieren tener con el Estado Español. Y detrás de esta negativa está la visión de este Estado como una estructura indivisible por condiciones históricas y cuasidivinas. Está de más decir de dónde proviene esta visión que coarta las libertades y los derechos de los pueblos.
Vivimos un periodo en el que los nacionalistas españoles niegan, en su mayoría, la existencia del nacionalismo español, con fecha de defunción durante la transición y la creación del estado autonómico. El nacionalismo español es, a priori, igual de legítimo que el catalán, el vasco o el gallego pero su historia es con diferencia las más cruenta, violenta y totalitaria, lo cual explica la ocultación de su existencia, que difícilmente puede convivir en una democracia plena dentro de un contexto plurinacional que se base en el reconocimiento, la relación igualitaria y el respeto entre las diferentes nacionalidades. Su existencia subterránea ha impregnado las relaciones del Estado Español con el gobierno de la Generalitat y, por su rigidez y miopía, ha impedido que los catalanes puedan decidir sobre estas relaciones. Se intenta hurtar este derecho a los catalanes aludiendo a la participación de todos los españoles en esta decisión. Por supuesto que los españoles pueden tomar sus propias decisiones sobre cómo quieren que sean las relaciones con Catalunya pero no al revés. Esta decisión compete exclusivamente al pueblo catalán y a nadie más. Un manchego o un extremeño no tienen capacidad de decisión sobre la independencia de un territorio en el cual no viven. Tendrán su opinión pero nada más. Esto va más allá de los deseos que se puedan tener sobre la permanencia de este territorio, desde el reconocimiento como nación, junto con el resto de territorios que conforman el Estado Español. Ahora, la obligatoriedad de la permanencia ni para el pueblo catalán, castellano, andaluz ni cualquier otro. Las relaciones entre naciones deben estar sujetas a la voluntariedad y el reconocimiento.
Esto de crear nuevos estados es más de lo mismo pero el derecho a hacerlo es irrenunciable. Es más liberador aglutinar alrededor de la lucha contra el sistema capitalista que alrededor de la idea de nación. En este sentido no hay diferencia entre un catalán y un gallego o un murciano. Los nuevos estados implantarán las medidas conocidas para someter a los nuevos súbditos, que envueltos en banderas diferentes seguirán aplastados por las mismas botas. Aún así vivir al lado de políticos como los expresidentes españoles y toda la caterva de seguidores de medio pelo que les han rodeado y formado parte de sus equipos, o al lado de los que alimentan los serviles medios de comunicación que aturden a sus seguidores, o al lado de los que vociferan contra los que se sienten diferentes, o al lado de los que tocan las teclas con las que ponen en funcionamiento el mecanismo que da vida a todos los anteriores, digo que vivir al lado de estos solo puede derivar en el deseo de independencia, en la necesidad de respirar aire limpio. Al menos la aspiración de no formar parte de este tinglado. La ficción la provoca crear otro estado que mimetice al estado del que se escapa. Solo cuando nos liberemos de las categorías que nos separan y entendamos que el único camino es el que recorramos juntos para enfrentar lo común que nos oprime, solo de esta manera, creeremos, de verdad, que se puede construir algo diferente a esto que nos toca vivir.
Suscribo tu acertado artículo. Mi perplejidad ante la torpeza del gobierno español aumenta con cada una de sus decisiones (a cual más torpe). Se diría que es el gobierno central el que con mayor ahínco ansía la independencia de Catalunya («La capacidad de seducción del Estado Español es muy deficiente»). Por no decir nula.
Salud
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No sé cual es la parte de Iberia que te toca disfrutar, pero si no eres de Catalunya debo decirte que una vez más has conseguido describir la realidad tal y como es. Gracias.
Nadie dice que una independencia patrocinada por los canallas de los recortes en hospitales, de los mossos repartiendo y mintiendo en las manis como nunca se ha visto y de palaus de la música, que además nos vendan que la solución a todos nuestros problemas es la independencia. Sin ni siquiera una triste explicación, projecto, estudio u hoja de ruta en la que se describa que pasaría despues de tan esperado evento.
Con que el Barça nos gane… ja ens va bè!
No, así no, gracias. Me quedo en casa y no voto.
Aunque también aviso y no vayan a creer que quien no vote independencia es porque se sienta tan o más ESPAÑOL que el amigo Brei, que no. Que si el protagonista del circo independentista me diese mejores vibraciones que 'l'amic' Mas que tengan por seguro que yo ( y muchos como yo ) saltariamos de este tren llamado España y no por cuestión de ser Español o catalán, sino por un cambio a mejor de vida.
Y esto no quiere decir que odie a los Españoles, no por Dios. Ya me gustaría que todos los habitantes de este Pais fuesen independientes y con ello que aumentara su calidad de vida. Si. Independientes.
Independientes de las políticas a base decretos, de mayorias de mamoneos y de esta cosa llamada gobierno y estado.
Ya está bien de que estos catetos con demasiado cacique en las venas nos sigan mal gobernando.
Salut!
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Pues estamos de acuerdo. Yo he vivido -no de visita, sino como residente- en muchos y muy distantes y distintos sitios de la península, incluidas las islas, y nunca he tenido más problemas que los derivados de las políticas (por así llamarlo) que los «catetos y caciques» nos viene imponiendo desde hace siglos. Podría escribir largo y tendido sobre ello, pero me alejaría de la cuestión. Tengo buenos amigos en Catalunya, amistades forjadas en la lucha contra el franquismo, y en Euskal Herria, y en Andalucía, y en Extremadura, y en Murcia, y en Castilla, y en Madrid… Lejos del gobierno y sus tentáculos todo va a pedir de boca.
Si al menos el Estado español fuera, qué sé yo… como el noruego o el finlandés, pero en este puto e inexistente país (España es una entelequia erigida por intereses dinásticos) además de sufrir la losa estatal hay que soportar el peso añadido de su rancio y teocrático militarismo. Es una dolorosa pena, y lo digo como lo siento, que la gente, los pueblos, hoy forzados a una unidad ajena a sus verdaderos intereses, no hayan o no hayamos sabido forjar una unión fraternal y consensuada que diera paso y forma a otra sociedad más soberana y comprometida consigo misma.
En las actuales circunstancias, lo único que deseo es que no cunda el odio, que no cale el veneno que día sí día también nos pretenden inocular por tierra, mar y aire estos malnacidos. Yo no soy en absoluto nacionalista, y menos aún españolista, pero si Catalunya se independiza lo único que sentiré es que lo haga de la mano de Mas y sus secuaces, ese no es, a mi modesto entender, un buen comienzo. No soy catalán, pero me basta el conocimiento que he ido adquiriendo sobre Catalunya y, sobre todo, los lazos afectivos que a ella me unen, para saber que la Senyera, Sr. Mas, no es lo que usted predica.
Confederación Ibérica, no se me ocurre nada mejor mientras discurro por el utópico y largo camino que conduce a la anarquía. La «mayoría», término con el que se llenan la boca los politicastros, no somos todos/as, la «mayoría» es una porción de votantes y los votantes una porción de todos/as.
Salut!
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