No sé si Pablo Iglesias puede encontrar un hueco entre ganar, ganar y ganar para pensar qué es lo que pasa para que un sector de la izquierda no le tenga en gran estima. Se entiende que personas que están en las antípodas ideológicas no le tengan gran aprecio pero qué es lo que está ocurriendo para que potenciales votantes al proyecto de Podemos le tengan en la misma consideración. No sé si será que cuando habla de confluencia lo siguiente que dice es que todos bajo el paraguas de Podemos o que hable de ejemplaridad democrática mientras maniobra para que sus intereses sean los elegidos -nada nuevo, por cierto, es la misma trampa que se practica habitualmente en eso que llama la vieja política- o que practique la política de tierra quemada con aquellos que no están dispuestos a ser liderados por su persona. Podemos dejó de ser el instrumento de cambio cuando se dio cuenta de que sin la colaboración de otras fuerzas políticas podría tener un éxito electoral, como el que tuvo en las elecciones europeas. Prácticamente recién nacidos, sin estructura y sin recorrido van y consiguen tan buenos resultados. Este fue el comienzo de una deriva en la que Pablo Iglesias y los que le rodean creyeron que por sí solos se bastaban y los otros, esos perdedores, no serían más que un estorbo.
Podemos como fuerza política tiene un potencial enorme pero Pablo Iglesias y afines han demostrado en estos meses que son capaces de dilapidar la posibilidad de cambio con su desprecio indisimulado de todo aquello que no esté debajo de su paraguas. Su hoja de ruta pasa por que los demás se coloquen a su lado, sin molestar demasiado, sin importarles el debate social sobre la confluencia. La confluencia es Podemos o no lo es. Los que no están con ellos son los enemigos, los perdedores, los que no hacen una lectura correcta de la realidad política y social del país. No quieren una sopa de siglas, un acuerdo entre partidos sino que su partido, exclusivamente, lidere el camino hacia un posible cambio. Dicen que tiene que decidir la gente cuando en su partido deciden los afines en la oficina central. Hablan de la unidad de la gente pero aglutinados acríticamente a su alrededor y bajo la ilusión de participación y decisión. Se han investido como los únicos capaces, como los elegidos, lo cual no es más que una falta de respeto para aquellos partidos, movimientos sociales y personas que exigen ser parte activa de un cambio. Una falta de respeto para aquellos que no quieren ser parte de Podemos pero sí trabajar conjuntamente para transformar la sociedad. Probablemente Iglesias y afines no estén a la altura de este reto.
En la jornada electoral del 24 de mayo, simpatizantes y votantes de Ahora Madrid esperaban los resultados en la Cuesta de Moyano madrileña. Pablo Iglesias fue invitado a subir al escenario y mientras hablaba un grupo reducido empezó a gritar ¡presidente, presidente!. Pocos segundos después el grito se ahogó con otro grito más mayoritario: ¡Manuela, Manuela! La cara de Iglesias fue un poema y su aprendizaje de esta situación, visto lo visto, ha sido nulo.