Bocanada de oxígeno

Ha pasado poco más de una semana desde que se constituyeron los ayuntamientos surgidos de las elecciones municipales y de los pactos entres las diferentes y variadas fuerzas políticas que fragmentaron el rígido campo político que manejaban con mano de hierro las dos grandes fuerzas políticas de las últimas décadas. Un país acostumbrado al PP y al PSOE, al Barça y al Madrid, se enfrentó a la necesidad de hablar y negociar con fuerzas que, aparentemente, no tienen que ver pero que se necesitaban para alcanzar el poder. Participar en el juego electoral supone que haya que sentarse con partidos políticos que han tenido un papel preponderante en el declive social, laboral, económico y político. Los que abanderan el cambio han tenido que tender la mano a los que, por ejemplo, aprobaban la modificación del artículo 135 de la constitución. Era un imperativo para poder gobernar.

La beligerancia de la derecha política y mediática era esperable. Así han reaccionado cada vez que la limitada democracia que defienden, la de depositar un voto en una urna, les ha desalojado del poder político. Echan mano de uno de los argumentos preferidos que tanto éxito tiene entre sus correligionarios. El orden o el caos. Esta es la disyuntiva. El caos son los otros, los bárbaros, los que se encargarán de emborronar el brillante expediente gubernamental que han construido en estos años. Los que enfrentarán a los unos con los otros. Los que están llenos de odio y de venganza. La puerilidad de esta argumentación no es obstáculo para que sea asimilado y defendido por los cegados ideológicamente tras décadas de propaganda. Las críticas serán furibundas hasta antes de que los bárbaros pongan un pie en las instituciones, hasta antes de que se sienten en las sillas de sus despachos y hasta antes de que tomen decisiones. Porque en realidad no importa lo que hagan. Lo que importa es que cualquier cosa que hagan se critique

Estos casi cuatro años de gobierno del Partido Popular han sido vergonzosos. Han recortado derechos laborales, han condenado a cientos de familias a la precariedad y a la pobreza, han desarrollado el proceso de desmantelamiento de los servicios públicos, han sido imputados, detenidos y juzgados decenas de miembros del PP, han estado mezclados en casos de corrupción como la Gürtel y la Púnica, el cobro de sobresueldos y la financiación ilegal, han reprimido las protestas y movilizaciones sociales, han modificado las leyes para favorecer la represión y el control de los descontentos, han mentido en sus declaraciones públicas…y aún así se invisten con la autoridad moral como para juzgar a los otros. Siempre he pensado que para ser dirigente del PP hay que estar hecho de una pasta especial. No todo el mundo tiene el estómago de un popular. Les salva que pueden refugiarse en un entorno ajeno a todo aquello que emponzoñan y destruyen. Sus palacios de cristal tienen esa ventaja. Mirar desde la lejanía a esos otros, a sus problemas, a sus miserias, a sus dramas.

Nada de esto es importante porque lo importante es tener o mantener el poder. Y para ello harán y dirán lo que sea. Si no se pueden agarrar a hechos objetivos, se los inventarán. No se les puede pedir que sean honestos. El PP es un partido en declive y enfermo cuyo destino es la desaparición, pero morirán matando. Si tienen que insultar, insultarán. Si tienen que mentir, mentirán. Si tienen que destruir la vida política y personal de alguien, la destruirán. Si han de conspirar, conspirarán. Si quieren violencia, la fomentarán. Si desde las alturas de sus palacios, avistan a un animal moribundo se avalanzarán y lo descuartizarán. Esta es la naturaleza de la derecha más incivilizada y reaccionaria de Europa. Y a lo largo de estas últimas décadas lejos de moderarse, han perfeccionado sus artes de la manipulación y del engaño. Pero solo engañan a quienes ya no les importa ser engañados. A los que se juegan su privilegiada posición económica y política. A los que les han votado toda su vida y ya son demasiado viejos como para cambiar.

Si miramos al otro lado nos encontramos con el PSOE que fue de la mano de los populares en la demolición de ese estado del bienestar con el que amodorraron a sus súbditos. Una versión más amable, que con una mano distraía con medidas sociales y con la otra establecía los mecanismos necesarios para la constante perdida de derechos laborales y sociales. No tiene la naturaleza psicopática del PP pero ha caminado por la misma senda, manteniendo la distancia pero apretándose las manos cuando ha sido necesario. La palabra ha sido su herramienta para el engaño. Se declaraban herederos del republicanismo pero también juancarlistas, socialistas pero neoliberales en lo económico, federalistas pero también centralistas, laicos pero practicando políticas favorables a un solo credo. Su lenguaje tiene más que ver con la esquizofrenia que con la psicopatía popular. Son los que dicen una cosa en la oposición y la contraria en el gobierno. Y en eso están ahora. En el rearme dialéctico, en la construcción de una renovada imagen, en facilitar la asociación del partido con otra política.

La debacle electoral que propició el gobierno de Zapatero y el pobre liderazgo de un fracasado Rubalcaba les llevó a la oposición y eso les permite participar del frente contra el PP. Quieren parecer nuevos pero no lo son. El cambio de caras no implica un cambio real sino el propio que se hace cuando el liderazgo empieza a declinar. Su discurso, el que creen que quieren escuchar sus votantes, muchos de ellos afectados directamente por los efectos de la crisis económica, política y social. El comportamiento actual es el mismo que han tenido en otras ocasiones cuando estaban en la oposición, es decir, cambio de dirigentes y asunción del discurso propio de la oposición, pero mediatizado por la repolitización de un amplio sector de la sociedad y la aparición de fuerzas que les disputan votantes tanto a su derecha como a su izquierda. El apoyo al PSOE es una de las maneras que tenemos de mantener el status quo. Es el cambio para que nada cambie. Son los socialistas que no actúan como socialistas. Los federalistas que no actúan como federalistas. Los herederos de los socialistas que lucharon en la guerra contra los golpistas de Mola y Franco pero que, actualmente, se arropan con la bandera bicolor bajo la cual fusilaron a miles de luchadores antifascistas. Los que dicen luchar contra la corrupción mientras detienen a sus dirigentes por el fraude de los EREs.

Estos dos partidos, que tienen tanto que callar, se consideran capacitados para criticar a los que dicen que van a hacer las cosas de forma diferente. Sin entrar en la capacidad de estos para cumplir con lo que proponen, ni PSOE ni PP están capacitados para liderar ningún cambio. Son los responsables, junto con sus votantes, de crear el monstruo en el que nos toca vivir. La ausencia de reconocimiento de su incapacidad para construir un país democrático, la corrupción, la hipocresía y los continuos engaños a sus votantes les incapacitan para tener responsabilidades de gobierno. Ambos partidos solo tienen un horizonte, la insignificancia o la desaparición. Pero lo que tiene el juego electoral, los pactos aún les dan una bocanada de oxígeno.

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