Solo hay nosotros


Manuela Carmena será la nueva alcaldesa de Madrid. O eso se espera. Ha costado librar a la ciudad de Madrid de la derecha más recalcitrante del estado español y tan corrupta, al menos, como la valenciana. La última vez lo consiguió Rafael Simancas aunque el tamayazo se encargó de condenarle a la oposición, con la sonrisa de Esperanza y el silencio de Zapatero. El recuerdo de esta trampa a la democracia mantiene la mosca en la oreja de muchos madrileños, que no se fían de las artes de la condesa de Bornos y grande de España. A pesar de que ahora pierde la fuerza por la boca, hasta hace muy poco lo que expresaba era tratado como oro en paño por sus acólitos. El problema de políticos como la condesa es que en estos últimos cuatro años se han quedado en fuera de juego y funcionan con las mismas reglas que cuando hacían y deshacían como les daba la gana. La derecha popular ha tenido siempre una ventaja con respecto al resto de partidos. No importaba lo que dijeran ni lo que hicieran porque la lealtad de sus seguidores era a prueba de bombas. Ahora parece que empieza a hacer aguas. Los despistados siguen hablando de errores en la comunicación, de la necesidad de saber explicar lo que hacen o de cambiar caras. Es decir, cambiar sin cambiar nada. El deporte nacional de la política española.

Carmena será la nueva alcaldesa de Madrid. Será un soplo de aire fresco. Al menos otra forma de hacer política, lejos del exabrupto, la arrogancia, la chulería y el cinismo que ha caracterizado la política madrileña en los últimos tiempos. Traerá otras formas, sí, pero veremos si Ahora Madrid estará a la altura de las expectativas. Si serán capaces de articular espacios de participación ciudadana, si paulatinamente favorecerán la participación directa. Veremos si esos espacios son también de poder y de decisión. El cambio no lo traerá Carmena, Murgui o Zapata sino los vecinos de la ciudad y, ante la creación de esos espacios, veremos si somos capaces de llenarlos de participación activa. Esta responsabilidad recaerá en cada uno de nosotros. Veremos. Todo está por ver aunque la experiencia a veces nos convierta en pesimistas. Los gritos de ¡Manuela, Manuela! son gritos de cambio deseado pero también está la lectura del personalismo, del depositar la fe y la confianza en una persona o en un grupo de personas que nos arreglen los problemas, con sus varitas mágicas, mientras nos convertimos en jueces arrellanados en los sofás de nuestras casas. El fracaso de este posicionamiento está garantizado. 

La creación de espacios de participación es fundamental pero la cuestión principal está en si seremos capaces de utilizarlos. Si nos atenemos a los que ya existen en cada uno de los barrios madrileños, que no son pocos, y al grado de participación podemos concluir que todavía queda un largo recorrido para que exista una conciencia global de que el cambio lo protagoniza, en paralelo, uno y todos. Pero no partimos de cero. Las luchas de movimientos sociales, asociaciones de vecinos y grupos anarquistas junto con la explosión del 15M son un buen punto de partida. La participación institucional puede ser una opción pero lo es, sobre todo, la participación en los barrios, en los espacios comunes. El cambio se producirá en estos últimos pero hasta que llegue se debe extender la cultura de la participación política, animar a levantarse del sofá y salir a la calle para hablar y decidir sobre aquello que nos afecta. No hay Manuela que nos saque las castañas del fuego. Solo hay nosotros.

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