No podemos negarlo. Lo que nos gustaría, a esos que nos decimos de izquierdas, es que el Partido Popular desapareciera del mapa político. Pero las encuestas y, lo que es mucho más doloroso, la realidad, nos dicen que está y estará ahí. En Madrid, Esperanza Aguirre es una apuesta ganadora, que en estos momentos no conseguirá una mayoría absoluta pero con suficiente tirón para encabezar las encuestas. No importa que alrededor de ella giren como planetas diferentes casos de corrupción. No importa porque los hechos no son rival de las emociones, de los prejuicios, de las creencias irracionales y de las ideas preconcebidas. A pesar de que Rajoy no pueda ver a Aguirre, lo importante es mantener el control de los mandos. Pragmatismo en estado puro.
La realidad está hecha, para muchos, de un solo color y lo que suceda no tiene que influir especialmente en lo que hacen sobre esa realidad. Lo que pienso sobre ella, lo que doy por cierto sin apenas cuestionamiento, es más potente que lo que veo y lo que me cuentan. Siempre encontraremos excusas para hacer que lo que pensamos salga indemne de las inclemencias exteriores. No importa que en Andalucía el PSOE esté envuelto en casos de corrupción. No importa porque son de los nuestros y lo que queremos es que los otros no se sitúen a nuestra altura. El mensaje es demoledor porque permitimos que aquello por lo que nos indignamos se mantenga. El mensaje es claro: no pasa nada.
El cambio es algo que da miedo porque no tiene forma. No sabemos de qué está hecho ni qué sabor tiene ni a qué huele. El miedo lo conjuramos con lo que conocemos. Nos agarramos a los asideros habituales o a aquellos, aparentemente nuevos, que reproducen lo que conocemos. Estos últimos no nos resultan extraños y detrás del cogernos a ellos están los mismos mecanismos que con los habituales. Esperamos que alguien nos salve o al menos que nos mantenga. No importa que sea una trampa. Haremos lo imposible para no verla. No hay alternativa de cambio porque nadie sabe en qué consiste ni, por supuesto, cómo articularlo. El tinglado es suficientemente complejo como para domesticar o convertir en inofensivos los pensamientos que aspiran a otra cosa.
Igual queremos que las cosas sucedan más rápido de lo que corren. Y todo lleva su tiempo. No nos hacemos viejos de repente. Probablemente no veremos el cambio pero sí vendrán unos y se irán otros. Este es el decurso natural de las cosas. Los pensamientos que aspiran seguirán ahí, transportados por corrientes subterráneas mientras se escucha el torrente de la cuenca principal. Sé o creo saber lo que vendrá, que no será muy diferente de lo que hay, a no ser que ocurra algo extraño y maravilloso. Lo que no sé es qué hacer con lo que siento al mirar alrededor y esto es dolorosamente presente.