Tenemos a Podemos hasta en la sopa. Si navegas por las portadas digitales de los medios españoles es habitual encontrarse con algún artículo o noticia sobre el nuevo partido revelación. En algunos se podría decir que nos bombardean una y otra vez con opiniones sobre el fenómeno. Si pones la televisión, uno de esos programas de debate que no existen, es fácil escuchar las diversas opiniones que se tienen sobre lo que ha implicado su irrupción. Y en la radio, un tanto de lo mismo.
Todo el mundo tiene una opinión sobre ellos. Desde los que les consideran un remedo chavista versión hispana, con lo que para la derecha significa denominar a algo o a alguien como chavista, o un simple producto de la indignación de los ciudadanos, es decir, un tema puramente emocional y pasajero, que se aprovecha del momento actual exacerbando el estado emocional generalizado, hasta los que les ven como el instrumento necesario para la regeneración democrática, los que traen la escoba para limpiar el sistema de corruptos, ladrones, trepas, cínicos y criminales varios.
Podemos ha optado por conquistar las instituciones y participar en las elecciones con la firme intención de gobernar y para ello invalida a los partidos rivales, los ilegitima, les encierra en el mismo corral y les aplica los mismos latigazos, aunque variando la intensidad según quiénes. Todos están manchados por la palabra de moda: «casta». Todos están caducos. Es una estrategia de tierra quemada que quién sabe si no les pasará factura.
Una vez que te subes al barco en el que se encuentran el resto de pasajeros, por qué regla se van a salvar del naufragio cuando comience a hundirse. Han decidido participar en la misma lógica de la que participan el resto de partidos y, como ha sucedido en otras ocasiones, es más que probable que sucumban a los mismos condicionantes que afectaron al resto. A no ser que guarden el secreto de la piedra filosofal del que somos todos ignorantes.
En esos programas de debate que no existen actúan desde los mismos parámetros que el resto. Mientras el político de derechas les llama chavistas o menosprecia las medidas económicas que aparecen en su programa político, el representante de Podemos les llama casta. Ambos ocupados en desacreditar al adversario. Ambos lanzando mensajes dirigidos a los electores diana. Ambos jugando al mismo juego, siguiendo las reglas establecidas y diferenciándose exclusivamente, que no es poco, por la argumentación.
No sé hasta dónde podrá llegar este nuevo partido. Por el momento nos ha sorprendido a todos, sobre todo por el factor sorpresa, por su irrupción estelar. La tendencia a subestimarlos y desacreditarlos ha jugado en contra de los difamadores e incrédulos. Y dentro de la lógica del sistema electoral, por qué razón no van a conseguir buenos resultados. Utilizan las mismas herramientas que el resto, los mismos medios, y ofrecen al electorado otro relato diferente al que nos tienen acostumbrados los dos grandes partidos, sus apéndices y los que les dictan los discursos.
Sí, igual hasta gobiernan.
Mientras tanto la apuesta por la toma de las instituciones empieza a neutralizar el activismo social y político que se había conseguido revitalizar en los últimos años. Ahora lo han encaminado por la tradicional vía electoral, han encauzado las protestas, las empiezan a sacar de las calles y se empieza a elucubrar sobre las posibilidades electorales. Los esfuerzos van dirigidos a ganar, a preparar las apariciones televisivas, los comunicados oficiales, a dar forma al partido, a trabajar la imagen que debe llegar a los que antes estaban en la calle y ahora esperan. El cansancio de estos años, la percepción de que los logros conseguidos no son suficientes, han llevado a caer en los brazos de un electoralismo que nada tiene de revolucionario.