Volvemos a tener un jefe de estado que no pasa por las urnas. Francisco Franco llegó a la jefatura a través de un golpe de estado y de una guerra. Juan Carlos llegó de la mano de su mentor, el dictador fascista, y Felipe llega por la vía sanguínea o hereditaria.
Dice Felipe que es un rey constitucional y es verdad. La constitución se elaboró para dar legitimidad a una monarquía que había confraternizado con el fascismo español. Lo raro sería que no hubiera sido así.
Esta constitución no trajo una democracia sino una monarquía parlamentaria que adopta ciertos mecanismos democráticos, desarrollados hasta un límite, pero que por la propia naturaleza de la monarquía se opone al desarrollo de una democracia plena. Aquí, en el Reino Unido, en Suecia y en cualquier otro país con monarquía.
Un país que ha vivido durante 40 años bajo el yugo del fascismo confunde fácilmente mecanismos democráticos con democracia. Esa ficción, inducida por los poderes del estado, ha prevalecido durante décadas aunque en los últimos años empieza a tener fisuras.
Y mientras Felipe y Leticia se paseaban por las calles de Madrid en un descapotable, después de ser agasajados por la mayoría parlamentaria y vitoreados por los cada vez menos súbditos que les quedan, cada vez más personas de este país demandaban algo lógico desde un punto de vista democrático: ser parte activa en la construcción de la sociedad.
Claro que no es suficiente y que esta construcción pasa por muchos más elementos, por más cuestionamientos, por más dar la vuelta a las cosas pero la exigencia por parte de un mayor número de personas de una mayor participación directa en las cuestiones fundamentales que nos afectan es un signo de que, en estos años, algo ha cambiado.
Por eso la monarquía ha recibido el apoyo de todos los poderes del estado. Eso que llaman democracia representativa, pervertida y manipulada deshonestamente por los partidos hegemónicos, es la excusa, el espantajo que zarandearán ante la opinión pública mientras ocultan que un pueblo activo, autogestionario, solidario y participativo es su herida de muerte.