La esperanza no está en las urnas

¿Es posible que el PSOE se gane a sí mismo? Esta pregunta viene al caso por la afirmación de la candidata Elena Valenciano: «el único resultado digno es ganar a la derecha«. El PSOE, que recientemente ha cumplido 135 años, renunció hace décadas al socialismo y a la representación obrera por lo que sus políticas económicas son las propias y adecuadas al sistema capitalista. Lo socialista y lo obrero se mantiene en la retórica, en el discurso, pero solo cuando se acercan elecciones y se pretende conseguir el apoyo de los votantes de izquierda, muchos de los cuales han acompañado en la deriva hacia la derecha disfrazada de izquierda. Evidentemente hay un partido más a la derecha, el Partido Popular. Y más a la derecha que este están VOX, Impulso Social y otros partidos que se presentarán a las próximas elecciones europeas. 

El antagonismo entre el Partido Popular y el PSOE es falso. Forma parte de la escenificación necesaria que el bipartidismo exige. La narrativa oficial de ambos partidos obliga a marcar las distancias aunque su práctica política es, en gran medida, coincidente. El buen entendimiento ha sido clave para la aprobación de leyes que están detrás del deterioro de los servicios públicos que sufrimos en la actualidad, como la ley 15/1997 que permitió la participación de las empresas privadas en la gestión del sistema sanitario. La reducción de los derechos de los trabajadores ha sido bendecida por gobiernos de ambos partidos, con la colaboración inestimable de los sindicatos pactistas, UGT y CC.OO. Todos ellos haciendo gala de una responsabilidad social y política que curiosamente siempre ha ido en contra de los trabajadores. Esa misma responsabilidad que impulsó a Zapatero a modificar el artículo 135 de la constitución española que obliga al Estado español al pago de los intereses y a la devolución del capital de los préstamos de manera prioritaria [la responsabilidad y el BCE, claro]. Rajoy, por supuesto, dio el visto bueno.

La cercanía de unas elecciones activa el supuesto antagonismo buscando recalcar las diferencias, que las hay pero no en lo que ellos llaman políticas de estado, y resaltando las incongruencias y contradicciones que ambos partidos acumulan en estas últimas décadas de gobierno. Es lo que tiene el decir una cosa y hacer otra. El hecho es que la situación actual por la que atraviesa el Estado español tiene a estos partidos como responsables directos, junto con las élites económicas españolas y europeas, y las máximas autoridades económicas y políticas europeas. Las razones para no votar a ninguno de los que han colaborado activamente en la deterioro moral, económico, político y social de la sociedad son abundantes pero la narrativa de los dos grandes partidos es habitualmente demoledora mediante el uso de los medios de comunicación generalistas y aprovechándose de la fidelidad ideológica de los creyentes y de la naturaleza acrítica a la que la dictadura fascista condenó a muchos personas en este estado.

Ahora, el PSOE apuesta por lo que ha hecho cada vez que ha estado en la oposición. Le toca presentarse como la única alternativa a la apisonadora de derechos del gobierno actual y demandar el voto útil para frenar a la derecha antiderechos. Esto lo hace sin haber cambiado nada de lo que le condenó a perder las últimas elecciones nacionales. Solo ha cambiado un poquito el discurso, con la boca pequeña, pero incluyendo palabras como izquierda y defensa de los derechos fundamentales y de los servicios públicos que le permita trazar una línea gruesa de separación frente a la derecha incivilizada. Los hechos los hemos vivido todos: la colaboración activa en el deterioro de los servicios públicos y la reducción de los derechos de los trabajadores. Es la lucha fratricida entre lo que se dice y lo que se hace. Mientras, el Partido Popular hace lo que ha hecho cada vez que ha estado como partido de gobierno. Le toca vender que «en España vamos a mejor«, a pesar de que la realidad se empeña en decir lo contrario. Su línea gruesa está marcada por el constante descrédito del contrincante como partido de gobierno. Ya sabemos que el PP viene a arreglar los desaguisados del PSOE aunque los hechos lo que nos dicen es que cada vez que gobiernan retrocedemos en derechos y en bienestar social.

En el teatro de las elecciones resulta patético ver a cada una de estas dos formaciones vendiendo su mercancía a los despistados, a los que se creen que unos son mejores que los otros, a los que se creen que el PP está haciendo bien las cosas, a los que se creen que el PSOE las haría mejor. Muchos de estos votantes, que no tendrán ninguna duda en ir al colegio electoral, doblar la papeleta, meterla en un sobre e introducirla en la ranura de la urna, digo que muchos de esos votantes participan en un juego cuyas reglas las deciden otros y bailan al son que les marcan sin ningún tipo de cuestionamiento. Algunos de ellos, que se llaman a sí mismos socialistas, volverán a sus casas si el PSOE vuelve a gobernar y defenderán los recortes que ahora pelean en las calles, como bien hicieron durante el gobierno de Zapatero. Otros, creyentes de la derecha pase lo que pase, volverán a sus casas, habiendo votado en contra de sus propios intereses de clase, esa clase de la que hace tiempo han renegado.

La ficción de la democracia liberal se acerca. Se jugará a ser demócrata y a los que se nieguen a participar en la obra de teatro se les tachará de irresponsables y se les quitará el derecho a la crítica. Ah sí, que hay otros partidos. Es verdad. Pero no hay ni uno solo que quiera cambiar de raíz la sociedad en la que vivimos. Ni uno solo que proponga otra manera de vivir en sociedad y de relacionarnos con nuestro entorno. Ni uno solo que se salga del camino marcado y que desobedezca las señales de circulación. Sí, se les puede votar, mejor que a esos dos dinosaurios, pero después que nadie se lleve a engaño y se rasgue las vestiduras cuando tengamos en esencia la misma sociedad vestida con otro ropaje. La esperanza, por supuesto, no está en las urnas.

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