Dentro de un año nos acordaremos de estas palabras de Mariano Rajoy: El año que viene, a estas alturas, estaremos mejor y ya estaremos creciendo […] Al final de esta legislatura, y antes del final de esta legislatura, tendremos crecimiento económico y estaremos creando empleo. No sé si pasará algo porque las palabras de los políticos muchas veces no tienen consecuencias o bien caen fácilmente en el olvido pero dentro de un año, con la actual política económica, estaremos muy lejos de estar bien. De hecho, en una situación ideal en la que el gobierno actuara de manera honesta no solo no aplicaría estas medidas y se enfrentaría a las imposiciones de la troika sino que habría dimitido al reconocer implícitamente su incapacidad para crear empleo. Rajoy no solo miente al decir que en un año estaremos mejor. También trata a los ciudadanos como idiotas cuando dice ha habido avances. Ya sé que la gente no los ve, pero ha habido avances. Nos quiere hacer ver que lo que vemos, lo que sentimos, lo que ocurre, no es cierto. Negar la propia realidad a aquellos que sufren esa realidad es propio de la esquizofrenia con la que tienen que vivir los miembros del gobierno español y los dirigentes del Partido Popular, y que de alguna manera inducen en aquellos a los que se les dice que lo que viven es mentira, que no lo ven o que lo ven de manera equivocada. Tienen que bregar con la contradicción entre lo que se dice en sus reuniones y consejos de ministros y lo que ocurre en la calle, en el drama de una familia desahuciada o en el día a día de un desempleado. La solución a esa disonancia es la asunción a ultranza de los argumentarios facilitados por el partido y el apoyo firme a las decisiones del gobierno. Se establece una aceptación marcada por la fe inquebrantable y apuntalada por el distanciamiento habitual que existe entre la vida privilegiada en la que viven la mayoría de los dirigentes populares y la vida de la mayoría de los ciudadanos. La pertenencia al grupo y la conformidad también se revelan como pegamento que evita las disensiones y la fidelidad a la realidad inventada. Todos están en el mismo barco y si se hunden lo harán todos. Caerán defendiendo sus mentiras. Defendiendo que era el único camino, lo único que se podía hacer como cuando Rajoy dice que es imposible crecer y crear empleo si no se superan primero esos desequilibrios. Lo imposible solo está en su cabeza. La calle, una parte cada vez mayor del pueblo, solo piensa en lo posible, en el cambio, en la certeza de que hay otra manera de hacer las cosas y la simple defensa de lo posible implica la conversión inmediata en enemigo del gobierno, en delincuente, en antisistema. Ser enemigo, delincuente y antisistema se convierten así en un antídoto ante la esquizofrenia inducida, que nos lleva a la parálisis, a la desconexión con nuestra vida. Ser delincuente en la época actual es una virtud, una señal de cordura frente a la evidente patología psiquiátrica del gobierno, del partido que lo sostiene y de sus acérrimos y fanatizados seguidores, que se convierten en votantes irresponsables cada cuatro años. Sus palabras son un arma de destrucción masiva de la razón y debemos conjurarlas con el pensamiento colectivo, la desobediencia civil y la confluencia de las luchas sociales. No hay nada de lo que tengan más miedo.