La esquizofrenia de llamarse de una manera y comportarse de otra

En la ficción de la democracia, a la que todos hemos jugado, no existe la tortura y mucho menos las detenciones políticas porque se supone que esto solo se produce en países con un régimen dictatorial. El terrorismo de estado es propio de países con absoluto desprecio a las libertades y derechos de las personas, cuyos dirigentes no tienen el mínimo reparo en utilizar la fuerza del Estado, la mayor y más poderosa de todas las fuerzas, contra aquellos que consideran un peligro para la idea de sociedad que quieren imponer. No cabe en la cabeza de nadie que en un país que se autodenomina como democrático existan estas prácticas. Es una idea tan obscena y ridícula que cuando existen pruebas de la existencia de estos hechos se niegan o se justifican de tal manera que nos convertimos en cómplices. Esta esquizofrenia de llamarse de una manera y comportarse de otra es marca de esos países que se venden como democracias, alguno de ellos como la mayor democracia del mundo, otro como la única democracia en el oriente próximo y otros, los más, como simples pero rotundas democracias. Aunque haya muertos en las cunetas, aunque se haya enterrado a personas en cal viva, aunque se reprima cualquier disidencia política que se considere un riesgo para el sistema, aunque se detenga por hacer política, aunque se cambien las leyes para criminalizar partidos políticos, ideas políticas y personas. A pesar de todo esto somos una democracia. Lo tenemos tan asumido que solo podemos mirar con cara de asombro a quien se atreva a cuestionar esta realidad tan evidente. Somos tan demócratas que yo puedo escribir estas cosas en este blog, porque el rollo ese de las torturas en las comisarías son casos aislados y los muertos de las cunetas que descansen en paz porque ¡somos una democracia, coño!

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