Pongamos que el Partido Popular deja de gobernar. Se supone que el partido mayoritario de la oposición, a pesar de su depresión, ganaría una nuevas elecciones. ¿Qué cambiaría? nada. Todo seguiría igual. Se harían reformas tendentes a mantener el poder en las manos de los de siempre. Porque esto sí que no ha cambiado nada. Los que detentan el poder ahora, lo tenían en 1936 o a principios del siglo 20. Podríamos cambiar los cromos, colocar nuevos rostros en el gobierno o en el Tribunal Supremo o en la dirección de TVE pero todo seguiría igual porque ninguno tendría la voluntad de transformar. Maquillaríamos esto y esto otro. Le daríamos un barniz y un acabado más moderno pero todo seguiría igual. Llega un momento que las cosas no se pueden reformar, que cualquier modificación va dirigida, independientemente de las intenciones, a mantener el statu quo. En el fondo, un más de lo mismo. Podemos, en comparación, establecer pequeñas diferencias pero en el fondo son lo mismo. Alguna de las cosas que a día de hoy son irreformables, por el grado de perversión que han alcanzado, son los partidos políticos, la democracia parlamentaria, la monarquía, los tribunales de justicia y cualquier órgano de representación del gobierno. A parte del capitalismo, claro está. Los intentos de reformar y reconducir están condenados al fracaso, como la historia nos dice una y otra vez mientras miramos hacia otro lado. ¡Esta vez sí! nos decimos cuando alguna de estas reformas nos ilusiona pero es un autoengaño. Haría falta una voluntad transformadora con la que alcanzar la justicia social y la democracia, poderosa y valiente como para eliminar los poderes económicos y las clases privilegiadas y subvertir los valores que la sociedad capitalista ha introducido en los cerebros de los ciudadanos, al estilo de los diez mandamientos de la ley de su dios. Ante este gobierno, que reprime y criminaliza al pueblo, ante sus instituciones y sus partidos políticos, que mantienen y fortalecen este sistema, solo podemos estar enfrente.
Soy consciente, creo, de mis contradicciones puesto que desde este blog he defendido en ocasiones lo que solo son reformas de un sistema que no tiene remedio. A veces he creído que las cosas podían funcionar cambiando esto y quitando aquello, confiando en que estos cambios provocarían una cascada de cambios pero nada de esto ha ocurrido en ninguna ocasión. Y digo bien, en ninguna. Vivo en el mismo sistema depredador en el que nací hace décadas. Las injusticias sociales y económicas no han decrecido, ni la represión del estado ha disminuido. Se han cambiado solo de muda y a veces ni siquiera eso. Miro a mi alrededor y me pregunto si de verdad existe una voluntad de transformar y construir, si las muchas acciones que se proponen van dirigidas a perpetuar o a transformar la sociedad en que vivimos. Y la respuesta no es muy optimista.