La utilización del lenguaje para manipular la percepción de la realidad o de la historia es una herramienta utilizada habitualmente por los gobiernos y otros poderes. Conscientes de su eficacia no tienen reparo en pervertir la realidad para conseguir sus objetivos o imponer una lectura conveniente y favorable a su ideología. El gobierno chileno del derechista Piñera ha aprobado modificar la expresión dictadura por regimen militar en los libros de texto, a pesar de que la realidad de los chilenos que vivieron la dictadura y la historia chilena digan lo contrario. En ocasiones por acción o por omisión, el lenguaje se convierte así en un campo de batalla para imponer una visión ideológica y, como en este caso, un presidente, con vínculos con la dictadura, pretende limpiar el horror de una época con la modificación de la denominación, más suave y aceptable. La derecha española, aún con lazos inquebrantables con el franquismo, también ha suavizado la realidad de una dictadura fascista, con notable éxito, utilizando terminología neutral o redentora. No es infrecuente escuchar a ciudadanos españoles hablar de esta dictadura como algo menor en comparación con otras como la propia chilena o la argentina. Recuerdo en los años 80 cómo la ciudadanía española se escandalizaba con los robos de niños en Argentina o por las fosas comunes que se iban encontrando cuando en su propio país había (y sigue habiendo) muertos enterrados masivamente en las cunetas y una red de robos de niños que, como se sabe ahora, aún funcionaba en aquella década.
Ignacio Escolar escribió hace unos días sobre la neolengua de los populares haciendo referencia a estos cambios de denominación que permiten que las medidas económicas sean más digestivas, aunque desgraciadamente este hábito no se restringe solo al actual partido en el poder. Llamar recargo temporal de solidaridad a la subida de impuestos es un intento torpe, pero muy eficaz si no se señala, de esconder la contradicción con el discurso habitual de la derecha sobre los impuestos. Confucio decía que su «primera tarea [en un gobierno] sería sin duda rectificar los nombres… Si los nombres no son los correctos, si no están a la altura de las realidades, el lenguaje no tiene objeto, la acción se vuelve imposible y, por ello, todos los asuntos humanos se desintegran y su gobierno se vuelve sin sentido e imposible«. Los gobernantes, moral e intelectualmente poco cualificados para gobernar, pretenden desligar el lenguaje de la realidad. El gobierno de EE.UU sabe que llamando Operación Libertad Duradera a la guerra en Afghanistan consigue mayor apoyo de la opinión pública que si describe crudamente la acción real de las tropas estadounidenses, lo que realmente está ocurriendo en terreno afgano, y para ello no les importa manipular la palabra libertad. O que cuando se habla de seguridad se está hablando de detenciones arbitrarias, agresiones policiales o se construyen muros para asfixiar a un pueblo. Sí un país dice que quiere llevar la paz a otro lugar del mundo, está hablando de invadirlo, de detener, torturar, violar o matar a sus ciudadanos. Lo mismo ocurre si quieren llevar la democracia. Civilizar en el mundo occidental ha significado eso, conquistar y oprimir a otras culturas, a otros pueblos castigados por ser diferentes. Así, el lenguaje se convierte en arma de destrucción masiva.