Cuando las cosas tienen prioridad sobre las personas

A veces es complejo abordar una noticia sin favorecer la persistencia de ideas preconcebidas sobre las sociedades o los países donde ocurren. Sobre todo cuando junto con hechos denunciables conviven otros, más amables e interesantes, que nos dan una dimensión desconocida o poco visibilizada de esos lugares. La noticia sobre el doble atropello de una niña en la ciudad de Foshan en China ha disparado el debate sobre la falta de moralidad en la sociedad china. Es imposible explicar cómo un hecho tan dramático puede ocurrir ante la indiferencia de los transeúntes, ante una niña herida por un doble atropello incomprensible. No soy capaz de racionalizar las razones por las que alguien no ofrece ayuda a una persona malherida pero sí me hace reflexionar sobre el modelo de sociedad que se está construyendo en China, país que he visitado en varias ocasiones. No tengo dudas de que millones de chinos han observado horrorizados las imágenes de los atropellos y la indiferencia de sus compatriotas. De verdad que creo que es así pero también creo que el ser humano en China no ocupa el lugar principal en la construcción de ese país. Por encima de las personas hay otras cosas y cuando digo cosas, me refiero a eso, a cosas. No hablo ya de dinero ni de política sino de objetos que tienen prioridad sobre las personas. Por ejemplo, en las ciudades los coches, las motos, las bicicletas y cualquier otro vehículo con ruedas tienen prioridad sobre el peatón. Una persona que cruza un paso de peatones o con un semáforo en verde debe estar pendiente del movimiento de los vehículos y alejarse de su trayectoria. No se puede dar por hecho que un coche frenará al ver un paso de cebra porque en muchas ocasiones no es así. Se podría decir que en la calle quiénes más derechos tienen son los coches y los autobuses y, en sentido decreciente, motocicletas, bicicletas, otros vehículos y, por último, personas. En una ocasión fui testigo de un accidente en Beijing. Un coche arremetió contra una moto. El motorista estaba tirado en el suelo, herido, sin apenas poder levantarse y rodeado de decenas de personas que dividían su atención en los desperfectos de los vehículos, en el hombre tirado en el suelo y en el conductor del coche que se movía arriba y abajo, gesticulando y gritando. De vez en cuando, el conductor se acercaba al herido y le recriminaba lo que había sucedido. A su vez hacía comentarios que provocaban la risa de la gente o gestos burlones hacia el herido, que seguía en el suelo, sin poder moverse. No vi a nadie que se agachara a ver cómo se encontraba. Después de este incidente me imaginé la misma escena si hubiera sido un peatón. Un montón de gente alrededor y el conductor echándole la culpa por no haberle dejado pasar en el paso de cebra. La escena era surrealista. ¿Cómo se concibe una ciudad donde las cosas tienen prioridad sobre las personas? 

No pretendo comparar este ejemplo con la desgracia ocurrida a la niña, que finalmente murió, pero sí reflexionar sobre dónde queda el ser humano en la forma que tenemos de concebir las sociedades. Cómo damos más importancia a cosas sobre las necesidades humanas que, en último término, nos deshumanizan y nos hacen insensibles ante el dolor y el sufrimiento ajeno. Lo sucedido en China es un ejemplo extremo pero en nuestras sociedades, más modernas y occidentales, también podemos observar esa deshumanización, esa ausencia de empatía, cada vez más extendida en la forma de mirar nuestra sociedad y de mirar a nuestros vecinos. No sé si el debate está en la moralidad de los chinos o en nuestra manera de mirar a las personas, que no entiende de países. Merece la pena la reflexión aunque sea a partir de una tragedia ocurrida a miles de kilómetros, que parece que no tiene que ver con nosotros.

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