El jesuita José Bono es un ejemplo paradigmático de la derecha más rancia del PSOE. Conservador y católico, se presentó a las elecciones para la secretaría general de un partido que algunos, aunque cada vez menos, consideran socialista, y perdió. En un partido realmente socialista no militaría una persona con este perfil político y, por supuesto, no lo representaría en ningún puesto de responsabilidad de gobierno pero la desfiguración identitaria del PSOE, liderada por Felipe González en la década de los 80, favorece la presencia, cada vez más mayoritaria, de personas de perfil extraño para militar en un partido de izquierdas y socialista. Personas que no desentonarían en un partido de derechas. Como José Bono.
El manchego ha sido presidente de la Comunidad de Castilla La Mancha durante seis legislaturas y Ministro de defensa en la primera legislatura del gobierno de Zapatero. En el año 2006 anunció su retirada de la política pero, desgraciadamente, regresó en el año 2008 para presidir el Congreso de los Diputados. Y ahí sigue. Generando polémicas absurdas como la de las corbatas o mostrando su talante más carca y rancio con su posicionamiento hacia el golpe de estado franquista y los republicanos que lucharon por mantener la democracia en este país. Supongo que para no manchar la memoria de su padre falangista. A ningún hijo le resultaría agradable reconocer que el partido en el que militó su padre colaboró en un golpe de estado contra un estado democrático y torturó y asesinó a miles de españoles. Su condena a que un republicano mostrase en el congreso una bandera republicana, que representa un periodo democrático de la historia de España, en un acto de homenaje a expresos y represaliados republicanos, al grito de «No puedo aceptar manifestaciones que no son legales en este momento», es una acción de la que su padre se sentiría muy orgulloso.
Esta semana se cumplió el 75º aniversario del golpe de estado y, para variar, José Bono evitó hacer una condena del mismo y de la violencia que generó durante 40 años más. Se limitó a leer un discurso de Manuel Azaña, descontextualizado, y a equiparar a los que lucharon por la democracia con los que la violentaron. Sin ningún pudor ni remordimiento. Lo cual no es de extrañar puesto que estaba en juego guardar la memoria impoluta de su padre falangista. Bono seguirá de guardián de los valores que le transmitieron de pequeñito.