En los dos últimos meses se ha producido en el estado español un hecho singular. Muchos ciudadanos han salido a las calles y a las plazas de su ciudad, se han sentado en círculos y han empezado a debatir, a opinar, a escuchar, a reflexionar, a consensuar, a proponer, a decidir y a actuar. Algo inesperado a pesar de las agresiones políticas, sociales y económicas que estaban (y que continúan) sufriendo no solo los españoles sino los habitantes de cualquier país del mundo. Los ciudadanos ocupando los espacios públicos y reflexionando colectivamente. Sin duda que esto es un cambio en las reglas del juego.
No es una revolución, como algunos pensaban en un primer momento y que así se encargaron de publicitar al exterior como #spanishrevolution, pero sí es un cambio sustancial del papel que el ciudadano ocupaba en el sistema. Pasa de ser un sujeto pasivo a uno activo, de un contenedor de propuestas de otros a un generador y difusor de las propias, se pasa de un pensamiento individual a uno colectivo y, por consiguiente, transformador. Se reivindica un espacio no solo físico sino también filosófico porque la fuerza no está en la capacidad de generar propuestas sino en la fuerza transformadora del pensamiento colectivo.
En una sociedad netamente individualista y materialista como la nuestra, que se produzca un movimiento de estas características es un hito extraordinario. El movimiento 15M, a su vez, supone una irrupción inesperada, pero necesaria, de los ciudadanos en la vida política que, por otra parte, la dignifica con su simple presencia teniendo en cuenta el bipartidismo pactado, el déficit democrático existente en el funcionamiento de los partidos políticos y la corrupción extendida. Es la mejor noticia de estos años de crisis y lo que nos permite pensar que hay más personas de las que se pensaba que no están dispuestas a ser un elemento decorativo de la democracia.
No es evidentemente la solución a todos los problemas, de hecho la deriva neoliberal sigue avanzando, pero sí es un paso necesario para empezar a plantearnos seria y colectivamente qué sociedad tenemos y en qué sistema nos gustaría vivir. Hasta el momento estos planteamientos provenían de los movimientos sociales, partidos y colectivos de izquierda y ecologistas y, ahora, se puede extender a un mayor número de personas, que antes eran ajenas y que pueden crear y participar en un espacio propio desde el principio. Un espacio que esté abierto a cualquier persona pero que las organizaciones no puedan fagocitar y así diluir su naturaleza original.
Los intentos por domesticar o dirigir este movimiento por parte de los partidos políticos y los medios de comunicación o su transformación en un partido político son dos caminos diferentes para neutralizar el potencial que genera el 15M, potencial que ha ido mostrándose en la capacidad de movilización y de organización, los cientos de consensos a los que se han llegado y la extensión a los pueblos y barrios de Madrid, más los cientos de acampadas y asambleas extendidas a lo largo del estado español.
Solo es el principio pero es un principio esperanzador, lo cual es mucho decir teniendo en cuenta el contexto devastador existente contra los derechos sociales y la ofensiva neoliberal. Nadie está en disposición de decir en qué acabará todo esto pero sin la movilización y el activismo ciudadano no habría nada, nada que hacer.
Un comentario en “La fuerza transformadora del pensamiento colectivo”