Los cuentos de las democracias: Osama Bin Laden y otras pijadas

Algo falla cuando, en la que dicen la mayor democracia del mundo, se celebra la supuesta muerte de Osama Bin Laden como una hazaña o se bombardea Libia en aras de la libertad y de la paz. Nos hablan de democracia, de unos valores que los hechos ponen en duda o niegan directamente. A través de las armas económicas o de guerra, imponen en otros países sus criterios y nos dicen que es por su bien. Y nos lo creemos. Creemos que es normal asesinar extrajudicialmente a una persona, por muchos crímenes que haya cometido, sin un juicio justo. Lo justificamos desde un pragmatismo muy discutible éticamente. Persiguen objetivos dirigidos a asesinar a sátrapas de un país mientras nos hablan de libertad y justicia. Y nos lo creemos. Decimos que no hay otro camino, que a veces hay que tomar decisiones difíciles para salvaguardar los valores de la democracia y los derechos humanos, y hablamos de muerte, de mutilaciones, de destrucción mientras escuchamos las explosiones a través de nuestros televisores. Va calando el mensaje de que a veces hay que cargarse a alguien extrajudicialmente por el bien de la comunidad, que tenemos que renunciar a ciertos derechos para conseguir ser una sociedad más justa o resolver problemas inmediatos desde el sacrificio exclusivo del pueblo, de la gente más humilde. Nos dicen que representamos unos valores de los que, a su vez, nos piden renunciar para estar más seguros o para avanzar en la construcción de un mundo más solidario y libre, en un ejercicio esquizofrénico que nos convierte en una sociedad cada vez más enferma. Nos mienten por nuestra seguridad porque la idea de democracia de nuestros dirigentes consiste en tratar a los ciudadanos como niños pequeños, a los que dejan jugar al juego de la democracia cuando consideran necesario, para que no tengamos muchos berrinches. En estas estamos.

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