La libertad hace tiempo que dejó de estar unida a otros conceptos como la justicia o la igualdad. No digamos ya la fraternidad, esa idea que transformaba a muchos en uno y nos convertía en compañeros en el bien común. Son ideas antiguas, pasadas de moda, que provocan sonrisas condescendientes entre los chicos listos y modernos de hoy en día. Hemos vivido, en las últimas décadas, un demoledor proceso de banalización de la libertad, que dejó de ser una aspiración fundamental de la persona a convertirse en el derecho a fumar un cigarrillo donde uno quiera, a correr a la velocidad que uno desee o a vestir unos pantalones que le ayudan a ser más libre. El sistema predominante, los medios de comunicación, la perversión del lenguaje político o la publicidad nos definen quiénes somos y a qué aspiramos hasta la reducción de «ser» a tener esto o aquello. Esta simplificación cercena el desarrollo integral de la personalidad ya que nos reduce a “ser consumo”. Se ha impuesto el egoísmo, la individualidad, la ausencia de sentido colectivo. La individualidad se ha trivializado y lejos de ser un proceso de autoconocimiento y de consolidación de la identidad personal, se ha convertido en un apoteosis del yo. Estamos asfixiados por nuestra mismidad y despreciamos el nosotros. Oponemos nuestras aspiraciones individuales a las necesidades colectivas de la sociedad en la que nos desarrollamos y este es uno de los éxitos del capitalismo radical, que ha conseguido imponerlo como un valor social irrenunciable. Arruina las luchas por los derechos colectivos porque consigue enfrentar a los ciudadanos, enfrentando los derechos individuales al bien común, de tal manera que “irse de vacaciones” es un derecho inalienable que está por encima de las reivindicaciones laborales de ciertos colectivos. Porque sí, las reivindicaciones laborales sectoriales repercuten positivamente en el colectivo de trabajadores. Su derrota nos perjudica a todos y proporciona una posición de poder en las negociaciones entre los trabajadores y las empresas. Hoy es la negociación del convenio colectivo de tal empresa, mañana será la nuestra. Hoy es la privatización de un servicio público, mañana será otro en el que desarrollemos nuestro trabajo. Hoy llamarán privilegiados a unos, mañana nos lo llamarán a nosotros y nos insultarán públicamente hasta el extremo de llamar a la caza del trabajador, como aquella alentada por un irresponsable Ignasi Guardans contra los controladores. Somos capaces de soliviantarnos ante la prohibición de fumar, el límite de velocidad o si nuestro equipo de fútbol baja a segunda división pero mantenernos paralizados (no todos afortunadamente) ante la reforma laboral, la reforma de las pensiones, la ausencia de una reforma financiera, ante los beneficios bancarios o ante los desahucios que arruinan económicamente a cientos de familias. Nos preocupan nuestras vacaciones y atacamos a los trabajadores que ejercen su legítimo derecho a huelga. Que la gente no salga a la calle, que no grite, que no reclame, que no me incomode, que hagan huelga pero que no se note porque YO lo que quiero es irme de vacaciones.