El problema no es que Camps sea de nuevo candidato para la Generalitat Valenciana. El problema es que hay miles de personas que le votarán sin ningún pudor, sin ni siquiera plantearse la anormalidad democrática que representa la presencia de un corrupto en labores de gobierno de la cosa pública o si se la plantean, importándoles un pimiento. Es la burla a la democracia en un país donde la derecha tiene históricamente un déficit democrático. Los dirigentes populares pueden cometer cualquier tropelía que siempre tendrán millones de fieles votantes que pasarán por alto sus deslices, los justificarán o los minimizarán. Esto no pasa con ningún otro partido político en España, incluido el PSOE que junto a un colchón amplio de votantes fieles y acríticos también tiene una horquilla de votantes crítica, suficiente para hacerles perder elecciones. En el Partido Popular pueden existir de forma natural personajes como Camps o Fabra, defendidos ciegamente por sus compañeros de partido (ellos sabrán las razones) y votados por sus borregos seguidores, a pesar de la corrupción que les rodea. No solo es necesaria una regeneración política basada en la honradez y en la responsabilidad, y una ética en el desempeño de las labores políticas, sino también una mayor conciencia democrática de los ciudadanos que impida la presencia en puestos de responsabilidad de estos corruptos. Si esto se produjera ni Camps ni ningún otro caradura tendría la más mínima posibilidad por muy candidatos que fueran.