Que García Lorca hablara poéticamente de los toros no convierte a la tauromaquia en poesía. Ni que Hemingway glosara la muerte de estos animales, a partir de la dignificación de su matarife, lo troca en literatura al igual que un albañil que lee a Heidegger no transforma a la albañilería en actividad cultural. La tauromaquia es, por encima de cualquier otra consideración, un acto de tortura contra un ser vivo, justificado por sus defensores con pseudoargumentos culturales y artísticos. En realidad es tortura elevada a arte, lo cual lo convierte en la sofisticación del matar, en la contemplación aséptica del sufrimiento de un ser vivo hasta su muerte. Podemos elucubrar hasta la extenuación y defender con cientos de argumentos lo que es esencialmente tortura, de por sí injustificable. Hablamos del maltrato de un ser sensible, de un ser que sufre y esta es la única cuestión digna de conocer, ¿son los animales seres que sufren? Yo no tengo ninguna duda. Cualquier otra consideración sobra. No hay argumento superior a la defensa de la dignidad y la vida de un ser vivo.
Ante la decadencia más que evidente de este acto de tortura, el lobby taurino pretende dar una vuelta de tuerca que dé vida al moribundo y para la desgracia de este país, otra más, encuentra oídos y buenas palabras a sus reivindicaciones. La ministra de Cultura ya anunció su apoyo a que la tauromaquia entre dentro de las competencias de su ministerio y hoy, al parecer, el ministro de Interior Alfredo Pérez Rubalcaba, del que depende actualmente, da su aprobación a este movimiento anómalo según afirman los representante taurinos reunidos con este señor. La consideración oficial de cultura de lo que es esencialmente tortura es una aberración y un ataque directo a la propia cultura por parte de la que supuestamente vela por los intereses de la misma, Ángeles González Sinde. Es inaceptable que políticos, de conocida afición taurina, se arroguen el derecho de tomar decisiones que afectan a la dignidad ética de este país aunque, en realidad, el hecho de ser aceptado por el ministerio de cultura no lo va a convertir ni ahora ni nunca en cultura. Sólo es un signo de cómo determinados sectores relacionados con la España negra tiene aún una influencia notable para conseguir sus objetivos. La tauromaquia está relacionada con la ignorancia y la incultura además de con la tradición más sangrienta y cruenta que nos conecta con nuestros instintos más bajos. No hay debate a la hora de defender la vida de un ser vivo. Sólo hay un camino, tarde o temprano, que es dignificar nuestra sociedad y esto pasa por la prohibición de cualquier maltrato animal y por la defensa de los derechos de los animales. Fuera de esto, seguiremos siendo una sociedad bárbara e inculta, la misma que defienden los toreros y sus seguidores. De estos últimos ya hablaba Pío Baroja en su libro El árbol de la ciencia:
La moral del espectador de corridas de toros se había revelado en ellos; la moral del cobarde que exige el valor en otros, en el soldado en el campo de batalla, en el histrión, o en el torero en el circo. A aquella turba de bestias crueles y sanguinarias, estúpidas y petulantes, le hubiera impuesto Hurtado el respeto al dolor ajeno por la fuerza.
Por el respeto y la defensa de los animales, el más absoluto rechazo a la moral y al tipo de sociedad que propugnan los aficionados taurinos.