Han pasado más de 2 años desde que se declaró oficialmente que el mundo capitalista estaba en crisis aunque miles de ciudadanos en España cobraban miserables salarios y tenían serías dificultades para llegar a fin de mes desde hacía años. De hecho, hay personas que no conocían otro estado diferente al de la crisis desde que comenzaron a trabajar. ¿Qué es eso de no estar en crisis? Pero para el sistema estas personas no contaban (ni siguen contando). No importaba que tuvieran que pagar más del 50% de su sueldo al banco para conseguir el sueño de ser propietario de un piso o que consiguieran trabajos temporales con un sueldo precario que no facilitara, en muchos casos, desarrollar un proyecto vital alejado de la casa de sus padres. Para el sistema la crisis comienza cuando afecta a sus instituciones básicas como la banca y las entidades financieras. Si no es así, no hay crisis. Hay crecimiento.
Es un hecho que los ciudadanos ocupan una posición residual en este sistema. Lejos de ser el centro de interés de las decisiones tomadas por las élites se convierten en simples peones movidos en función de intereses que les son ajenos. Las decisiones que se han tomado en estos años para hacer frente a la crisis han favorecido a los mercados y a la banca, soslayando a las verdaderas víctimas de la irresponsabilidad de unos pocos, los ciudadanos. A pesar de ello, éstos, muy críticos y descontentos por la situación, apenas se han movilizado permitiendo una amplia capacidad de maniobra a los mercados y a la banca para imponer sus soluciones a los gobiernos, que aceptan las instrucciones de entidades que no han sido elegidas democráticamente por los ciudadanos. Es decir, no sólo provocan una crisis financiera y económica sino que además erosionan la base democrática en la que supuestamente se asientan estos países.
En España, los sindicatos se vieron obligados a convocar una huelga general el 29 de septiembre. No querían pero no tuvieron opción. El gobierno, siguiendo las recetas prescritas por entidades ultracapitalistas como el FMI o el Banco Central Europeo, y su sucursal local, el Banco de España, impone una reforma laboral del gusto de la patronal, la cual se queja con la boca pequeña. Si por ellos fuera, hubiera sido aún más dañina contra los derechos de los trabajadores. Además se lanzan globos sonda de cara a reformar las pensiones. Ninguna de estas medidas está pensada para corregir las causas que provocaron la crisis financiera. De hecho, quien dirige el plan de rescate de la crisis son las mismas entidades que causaron irresponsablemente la misma. No tiene sentido lógico pero sí sentido desde el capitalismo.
Las élites hacen y deshacen mientras que una parte de los ciudadanos se quedan mirando. Empleos temporales, sueldos precarios, hipotecas axfisiantes, mejor me quedo en casa, que protesten otros, no sirve para nada, la desconfianza en los sindicatos… También están los que apoyan las medidas del gobierno, algunos votantes del PSOE de los que apoyan haga lo que haga y otros que creen que las medidas son adecuadas. La oposición, aunque está de acuerdo, critica al gobierno porque aspiran a gobernar sin importarles, como es habitual en la derecha, el bien común. El posicionamiento de todos ellos lleva a pensar que nos merecemos lo que tenemos y que su pasividad alimenta la voracidad de los peces gordos.
A lo largo de la historia, quienes han sido capaces de ponerles en jaque ha sido la ciudadanía. La que se moviliza, la que se organiza, la que comienza a crear espacios de decisión y de acción, la que no se conforma con ser un elemento decorativo más en un mundo Disney, la que demanda espacios de participación y los utiliza, la que se compromete, la que lucha, la que planta cara y no se arredra, la que no acepta chantajes, la que se instruye, la que cuestiona, la que no quiere que la representen pasivamente sino ser parte activa, la que tiene sangre en las venas, la vacunada de discursos vacíos…la ciudadanía, que será del siglo 21, debe ocupar su lugar. ¡Ya!