Haciendo y pensando política


Las celebraciones de acciones políticas que aún están en desarrollo son una forma de domesticación. Las personas que siguen formando parte del 15M, activas en diferentes espacios y que mantienen vivas las asambleas, a pesar de su decadencia, no están domesticadas. Por supuesto. Son el ejemplo contrario de aquellos que se refugiaron en sus casas, confiaron el cambio en opciones políticas y delegaron la acción en otros. La domesticación tiene que ver con la conversión en acto festivo de una lucha y la cobertura mediática que se acerca desde la perspectiva de lo que ocurrió y que actualmente es solo un recuerdo. 

El 15M es la historia de un movimiento que volvió a politizar a muchas personas que consideraban la política como esa cosa que hacían los políticos. Pero no fueron suficientes. La mayoría lo vivió a través de sus televisores y de las opiniones e interpretaciones mediáticas de lo que estaba sucediendo. Y aún así se empezó a hablar de la deuda, de la crisis desde la perspectiva de quiénes la empiezan a sufrir, del bipartidismo y de la corrupción y de la necesidad de superar este sistema, de la democracia participativa y de la autogestión. Colocó a la persona como agente activo de cambio y reconectó comunidades, dio vida a las plazas y a los barrios. 

No se puede reducir a una acampada que atrajo a muchos que después se bajaron rápidamente del tren en marcha. Como elemento publicitario es atractivo pero centrarse en ello es reduccionista y una manera de evitar hablar de la acción política y el revulsivo comunitario que se generó en muchas ciudades españolas. Los medios prefieren hablar de la indignación y del uso de las redes sociales y no de la revitalización de la acción política en los barrios cuyos protagonistas fueron y son los vecinos, de la organización y movilización y de la creación de espacios autónomos. Las asambleas avisaban del potencial de la autoorganización ajena a los intereses del sistema y de sus partidos. Era el pueblo haciendo y pensando política. 

Nada más amenazador que la autogestión para un sistema que educa en la pasividad y en la resignación. Aunque también se demostró que hacer política requiere compromiso, tiempo y esfuerzo y que gran parte de la sociedad no está por la labor. Es más cómodo que lo hagan otros y refugiarse en las redes sociales esperando al profeta que nos guíe por la procelosa senda del cambio. La acampada fue capaz de atraer a miles de personas pero el trabajo diario de las asambleas sirvió para que se descolgaran con múltiples y variados argumentos justificantes. Esta es la realidad en cuanto a la participación directa.

Aún así el 15M modificó la cara de este país. El pueblo no es igual que hace 5 años. Es más consciente y crítico. Cambió nuestro lenguaje y la forma de mirar la política. Ya no es esa cosa que hacen los políticos sino aquello que construimos en común. Pero las dinámicas del sistema son alienantes y abandonar las calles es una forma de volver al redil. Dejar vacías las plazas de los barrios y extenuar las asambleas, una forma de mantener el statu quo. Quizás es necesario un nuevo movimiento inesperado. 

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