Los próceres del capitalismo siempre han necesitado un demonio de ojos sanguinolentos, pezuñas de cabra, garras de águila, dientes afilados y tridente, con fuego y destrucción a su alrededor. Ha servido como argumento para decirnos mira lo que pasaría si no existiéramos. Los crímenes más horrendos formarían parte del día día, viviríamos oprimidos, sin libertad ni felicidad ni paz. O nosotros o la alternativa es el caos. Han perfilado las técnicas de lavado de cerebro. Nos han enseñado imágenes que parecían que lo que decían era cierto. Han utilizado palabras, bien escogidas, que reforzaban lo que nos decían. Han eliminado todo aquello que contradecía, aunque fuera ligeramente, la imagen que les interesaba transmitir. Se han esforzado en que pensemos de la manera que quieren, sin demasiado disimulo pero con increíble constancia. Lo demoníaco ha poseído decenas de rostros que criticaban, cuestionaban y desmentían los principios básicos que sostienen la estructura que les mantiene en el poder. El ataque ha sido demoledor. Algunos han optado por separar las ramas para llegar a los pocos claros que hay en el bosque, por caminos diferentes a los que nos señalan, huyendo de la oscuridad en la que pretenden condenarnos. La mayoría ha seguido, mansamente, las señales que les decían por dónde tenían que ir y qué tenían que pensar. No es fácil sustraerse a la comodidad de que nos digan que algo es blanco o es negro, nos simplifica las cosas y nos facilita entender el mundo. El mundo que quieren que veamos y que, gracias a ellos, pensamos que no hay otro posible. Es una táctica casi perfecta, tremendamente eficaz, que nos condena a vivir en un mundo repleto de injusticias sociales. Nos conforma y nos resigna porque el valor necesario para dar un paso hacia delante y cambiar está anestesiado por el miedo al caos y a la destrucción. Los próceres tienen batallones de sirvientes que les hacen el trabajo sucio, mientras dirigen desde sus palacios de cristal. Son los que nos cuentan cómo son las cosas, la verdad y los hechos, tal como han ocurrido, y ante los peros sacan la artillería y nos llaman dictatoriales, reaccionarios, totalitarios, autoritarios y antidemócratas. Son los que nos dicen que las cosas están pasando de esa manera y nos describen los hechos moral y emocionalmente, guiándonos subrepticiamente al lado que creen que nos tienen que guiar. Son los que nos dicen que las cosas solo tienen una manera de contarse y que no hay alternativa. Son los bien pagados, a los que no les faltan tribunas para lanzar sus mensajes. Son los que se ríen y menosprecian a los que se atreven a contarlo de otra manera. Son los que nos vendan los ojos y nos susurran que sigamos todo recto, sin mirar a nuestros lados, sin saber dónde pisamos, hasta llegar al precipicio. Son los que nos empujan y nos ven caer sin mucho interés. No nos queda otra que saltar a los márgenes. No nos queda otra que elegir el caos.