No sé a qué esperan para declarar a Urdangarín inocente. No creo que tarden mucho pero quien es inocente, así sin más, es la monarquía. El País, ese periódico que fue, hace mucho, mucho tiempo, una referencia para muchas personas de la izquierda de este país, se ha desmarcado con un editorial laudatorio y exculpatorio de la monarquía. Tampoco necesita la ayuda de este periódico puesto que la propia constitución declara a Juan Carlos irresponsable, también sin más. Todo es así con la monarquía y el monarca, no declara a Hacienda ni aún ha abjurado de su lealtad a los principios del movimiento, así sin más. Pero los monárquicos lo deben ver negro para utilizar a El País como lavatorio del honor real. Para ello no tienen ningún reparo en mentir con conocimiento de causa. Se empieza con una ovación, la que dedicaron los diputados en la inauguración de la 10ª legislatura y se destaca la fulminante reacción de la Casa Real ante los delitos del yerno. Lo que no se dice es que la Casa Real es conocedora de estos tejemanejes desde hace años, los cuales toleraron y no denunciaron a la justicia a sabiendas de que se estaba cometiendo un delito, por lo que muy fulminante no creo que haya sido. Más bien han reaccionado cuando no les ha quedado otro remedio. En ese primer párrafo, además, se habla de una explícito recordatorio de Juan Carlos de que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Tan explícito que días después negó que hubiera hecho alguna referencia a su yerno, a parte de que, como todos sabemos, la frasecita no es más que simple retórica puesto que, evidentemente, no somos iguales ante la ley. La pela siempre nos ha hecho diferentes. De la simple comparecencia ante la justicia no se puede extraer que todos somos iguales. La diferencia está en que un mindundi entrará en prisión mientras el yerno, o cualquier otro con poder económico o de alta alcurnia, se librará por la gracia de dios.
El editorialista no para de mentir y de establecer asociaciones más falsas que los billetes del monopoly. Se refiere a que cómo los parlamentarios, que nos representan, ovacionaron a Juan Carlos no puede haber cuestionamiento por parte de la opinión pública. Me parece a mi mucha representabilidad la que le conceden a los parlamentarios. Sin duda que en El País se creen que pueden decir cualquier tontería lo cual, a parte de ser intolerable, nos indica la percepción que tienen de sus lectores. Defienden la forma de estado frente a los delitos cometidos por el yerno, la legitimidad de Juan Carlos y de su heredero y bla bla bla. Qué cansancio generan los juancarlistas estos. No quieren que este escándalo salpique a los amos e incluso se atreven a dejar caer que el juez instructor y la fiscalía actúan con exigente y excesivo celo. Excesivo según algunos, claro, no vayamos a decir que lo dice El País. Aviso para navegantes y, fundamentalmente, para el juez y el fiscal. Además critican el populismo, utilizado en su sentido peyorativo, practicando lo que se podría llamar el monarquismo, es decir, la práctica de la demagogia absolutista de las élites. Se atreven a plantear que un cuestionamiento de la monarquía provocaría una desestabilización de la democracia, estableciendo una asociación falsa entre la monarquía española y la democracia. No se cansan de utilizar la expresión de «no hay duda», obviando que sí la hay, y muchas, y sobre todo en cuanto a que el Rey y la Corona han rendido y seguirán prestando servicios impagables a la libertad de nuestros ciudadanos, a la democracia española, a su construcción y desarrollo y a su prestigio e influencia en la escena internacional o a que renunció en su día a los poderes recibidos, devolvió la soberanía al pueblo español, impulsó el cambio hacia la democracia y la protegió y defendió de los golpistas. Todo esto es mucho decir aunque la historiografía oficial, la de los escribientes oficiales, la de los pelotas y la de los bienpagados, diga que es así.
El País nos ha vuelto a indicar dónde se sitúan y no es al lado de la verdad, de la justicia ni de la democracia. No, por mucho que queráis, la monarquía no hay que modernizarla, hay que dejarla en los libros de historia. Hay que convertir, de una vez por todas, a estos privilegiados en ciudadanos, en esos a los que miran desde las alturas de sus torreones.