De lo que el País Vasco debe a ETA

Fuente: Rebelión, Berria

El grifo del relato está abierto y, quienes lo han abierto, quieren que vierta un líquido monocolor. Durante los próximos años la palabra relato será trending topic en el diccionario de la política vasca. Relato por aquí, relato por allá, pero único. Y la apuesta por ese relato uniforme será grande, muy grande; de la misma envergadura que el éxito socioelectoral que obtenga la izquierda abertzale renovada. Es decir, cuanto mayor éxito tenga la izquierda abertzale renovada, tanto más duro será el relato contra la historia de ETA y de la izquierda abertzale. Durante los últimos diez años, muchos han anunciado, poniendo mayor atención en el argumento que les dictaban las vísceras que en el que les dictaba la cabeza, que, sin ETA, la izquierda abertzale quedaría débil y desnortada. Huelga decir que ese anuncio ha fallado y que sus teóricos han quedado en ridículo.

Si la sociedad hubiera dado la espalda a la izquierda abertzale renovada, si la hubiera marginado en las elecciones, si la hubiera condenado a la nada, el relato no tendría gran importancia, ya que sería asumido por la propia sociedad. Pero no sucedió eso con Bildu ni parece que vaya a ocurrir con Amaiur [1]. Antes bien, la izquierda abertzale renovada está más cerca que nunca de convertirse, por vez primera, en hegemónica, al menos en el espacio abertzale. Por eso toma fuerza el relato duro, el relato que quiere despedazar la historia de la izquierda abertzale. Se quiere pintar ese relato duro con brocha gorda, sin matices, que lo cubra todo. La sentencia de moda estos días es «el País Vasco no debe nada a ETA». Urkullu [2] la ha recuperado entre las frases pronunciadas en el pasado por Imaz [3] y Egibar [4].

La historia de ETA, desde su creación en el verano de 1959, es larga, tan larga como compleja. ¿Qué ambiente había en el País Vasco Sur cuando unos estudiantes decidieron constituir esa organización separatista y subversiva? El franquismo estaba en pleno apogeo, la oposición en el exilio y, en el interior, apenas había movimiento. Ni en España ni en el País Vasco. Aquí, el PNV era casi la única referencia, con escasa actividad por la represión. En desacuerdo con la actitud pasiva del PNV y con el objetivo de dar la vuelta a esa situación, Txillardegi, Benito del Valle, Julen Madariaga y pocos más crearon la organización ETA. ¿Puede decirse, sin matiz de tipo alguno, que el País Vasco no debe nada a esos jóvenes valientes, agitadores de la conciencia y del renacimiento del país? ¿Qué estaban haciendo en aquella época los padres políticos de esos que les quieren quitar todo mérito?


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